Las nubes ahuyentan a los coleccionistas
Las inclemencias meteorológicas provocaron que algunos propietarios no colocaran sus 'joyas' por temor a su deterioro La amenaza de lluvia desluce el primer domingo de Rastrillo y deja algunos puestos sin instalar
Actualizado: GuardarEl temor a la lluvia hizo que ayer algunos de los expositores que pretendían participar en el estreno del Rastrillo de Coleccionismo se quedaran en casa, temerosos de que las gotas pudieran deteriorar un género marcado -en muchas ocasiones- por lo delicado de su conservación.
Había ganas, pero las nubes negras invitaron a la precaución, como le sucedió a Sebastián. Él se planteaba exponer su arte en cobre, pero el posible efecto de la humedad sobre un material tan sensible le hizo aplazar su debú en una semana más.
«Los de Cádiz se han echado para atrás por la lluvia», explicaba un hiperactivo técnico de Turismo y Comercio sobre la ausencia, a última hora, de un contingente experimentado, ante una incertidumbre que no restó ganas sin embargo a otros que llegaron hasta de Conil.
Alguno más valiente sí que se dejó ver, como fue el caso de Pepe Jiménez, habitual en la cita similar de los sábados en la plaza de El Mentidero, pronta a recuperarse. «En Internet habían dado un 100% de agua», avala las razones dadas por sus colegas. Mientras se produce el diálogo, una mujer recupera de sopetón su infancia cuando descubre una de esas planchas con ventosa que regalaban en Matagorda a las niñas por Reyes. Muy cerca llamaban la atención los aviones de Bernardo Fernández, hechos a partir de simples latas de cerveza y refresco.
Las ausencias no restaron brillantez, y la expectación era máxima. «A ver cómo va esto hoy, porque yo lo he solicitado en principio para todos los domingos», se mostraba nervioso uno de los inscritos. A juzgar por el arranque, el Rastrillo no sólo tiene visos de continuar, sino que crecerá. «¿Esto puede ampliarse a los que no se han apuntado?», preguntaba un viandante a la organización, dispuesto a sumarse.
El 'novio' de la Refrey
Tanta antigüedad aportaba un toque otoñal, acrecentado por el omnipresente olor a castañas asadas. En pleno paseo, uno no dejaba de sorprenderse entre cerraduras y llaves medio oxidadas, o un batallón de máquinas de coser antiguas. «Chico, ¿cuánto vale la Refrey ésta?», preguntaba un posible 'novio', que sabe bien de lo que habla.
A pocos metros, un inmigrante africano se hace con una TDT de segunda mano. «¿Si no funciona te lo puedo traer el domingo que viene?», se reserva una mínima garantía, confirmada por el vendedor.
El panorama por la calle Nueva era bien distinto. Ni antigüedades ni objetos rocambolescos. Allí reinaban los artesanos, un gremio que da cabida a personas tan variopintas como mujeres de toque clásico y anarquistas llenos de 'piercings'.
En los puestos se podían contemplar mercancías habituales como la bisutería, el cuero o las cestas de mimbre, pero también curiosas carteras y hasta el 'decenario' de Sara Carbonero. El 'marketing', aunque sea artesano, termina triunfando.