
Brasil apuesta por la administradora de Lula
Dilma Rousseff rentabiliza el fuerte apoyo del presidente y se impone con claridad en la primera vuelta, según los sondeos
BRASILIA. Actualizado: GuardarTres coloridos retratos del famoso artista Vik Muniz en la portada del diario 'Folha' de Sao Paulo representaban ayer a los tres candidatos que aspiraban a suceder a Luiz Inácio Lula da Silva. Con ese mosaico de colores quedaba palpable el optimismo de un país que enfrenta el futuro con la convicción de que no hay vuelta atrás a la miseria del pasado, pero consciente de los retos que le esperan.
Todo era cuestión de décimas, según los sondeos, que no acababan de decidir si Rousseff se alzaría ayer con más del 50% o tendría que ir a segunda vuelta para consolidar su victoria, pero nadie dudaba de que era la ganadora indiscutible. El principal activo de la candidata nombrada 'a dedazo' es la ayuda del presidente, que la ha aupada de la nada en las encuestas con tanta dedicación que ha sido multado varias veces por el comité electoral, sin que pareciera importarle demasiado.
«Es que no me puedo resistir, porque Dilma es la que lo ha hecho todo posible», se justificó el mandatario en uno de los mítines. «¿No me podéis prestar un dineriño para pagar la multa?», se burló.
En las urnas ayer los electores tampoco tenían dudas. «He votado por el candidato de Lula», contaba Joao Luis Paiva tras apretar el botón electrónico. Querrá decir la candidata, dudó esta corresponsal. «Pues eso, la candidata, para que siga el trabajo que Lula ha estado haciendo».
No lo decía uno de los campesinos del nordeste que apenas saben leer o escribir pero que han salido por millones de la pobreza en los últimos ocho años, gracias a ayudas directas que el Gobierno les transfiere, contante y sonante, a una tarjeta de débito bancaria, a cambio de que envíen a sus hijos al colegio. Paiva es un administrador de empresa de un barrio de clase media de Brasilia que ni siquiera simpatiza con el Partido del Trabajo (PT). «Yo estoy afiliado a otro partido», confesó un poco azorado.
La participación fue masiva, como corresponde a un país donde el voto es obligatorio. Quien eluda su responsabilidad democrática tendrá que justificarlo en los próximos 15 días so pena de pagar una multa, perder cualquier ayuda federal, no poder sacar un pasaporte ni participar en oposiciones públicas, por citar algunas de las muchas contrariedades que encontraría. Eso sí, nadie cuestiona la excusa que se use en el formulario oficial.
Había votos para todos los gustos en el barrio aburguesado de la extraña capital federal que Brasil creó en 1960 para cumplir con el viejo decreto constitucional de trasladar el gobierno al interior del país. La mayoría de los entrevistados, sin embargo, ofrecían su apoyo al ex gobernador de Sao Paulo José Serra, candidato del Partido Social Demócrata Brasileño (PSDB), que si bien también se considera de centroizquierda se acerca mucho más a la clase educada y empresarial del país. Marina Silva, ex ministra de Medio Ambiente que perdió su lucha ecológica en el Gobierno de Lula precisamente por sus diferencias con Dilma, más favorable al crecimiento energético sin regulaciones, era la tercera en discordia, con un 17% de los votos en los últimos sondeos.
Ana María Rosi, una mujer madura que se definía como empresaria, había madrugado para votar con su marido, según el cual «Serra es un administrador extraordinario, mientras que Dilma no es fiable a juzgar por su pasado» de guerrillera. «Ella nunca ha hecho nada, apenas fue ministra», insistía la mujer. «Además es muy arrogante y brusca».
El carisma, ciertamente, no es la mejor cualidad de la futura presidenta de Brasil. El propio votante que acababa de darle su apoyo admitía que «si no fuera por Lula no tendría esta fuerza», pero también estaba convencido de que durante sus puestos de ministra de Energía y jefa de gabinete «ha demostrado que es una persona competente».
Crecimiento del 7%
Con un 80% de popularidad al término de sus segundo mandato consecutivo, lo máximo que le permite la ley, Lula le transfiere la dirección del país a su mano derecha por el poder que le da la creación de 14 millones de puestos de trabajo, 36 millones de nueva clase media y 25 millones menos de pobres, gracias a una economía que crece a más del 7% anual. «Lo único que ha hecho es darle continuidad a lo que hizo Fernando Henrique Cardoso», protestaba Alvacir Vite Rossi en este colegio de la 104 Norte de Brasilia. «Su Gobierno ha tenido mucha corrupción y mucha suerte».
Lula ha sabido cosechar los logros económicos de su antecesor, creador del Plan Real que puso freno a la inflación galopante, y repartirlos con las clases más pobres de las que él mismo procede. Si con Cardoso uno o dos millones de familias se beneficiaban de los programas sociales, con este gobierno se ha llegado a 12,7 millones familias, unos 50,8 millones de personas que ahora confían en él a ciegas.
Con el Mundial 2014 y las Olimpiadas 2016 por delante, el nuevo Gobierno tiene ante sí el reto de crear las infraestructuras que corresponden a un país de recién adquirido papel de potencial mundial, dejar atrás las huellas de la pobreza que se marcan en la violencia de las favelas o en el 40% de campesinos analfabetos, reformar un sistema fiscal que está entre los más gravosos del mundo, simplificar la burocracia que sitúa en cinco meses el papeleo para crear una empresa y devaluar la fortaleza del real para favorecer las exportaciones y evitar el calentamiento de una economía con precios de Nueva York.
Serra se ha mostrado más favorable que Rouseff a realizar esos cambios, pero a la jefa de la Casa Civil se la considera una mujer pragmática que mira al futuro y a la que no le tiembla la mano. «Es hora de sumar fuerzas», dijo ayer.