Brillante Talavante, gran toro de Cuvillo
El astado fue el de la confirmación de alternativa de Oliva Soto
MADRID. Actualizado: GuardarEl toro de la tarde fue el primero de Cuvillo. Con todos sus atributos, una armonía fantástica. La proporción áurea. Fue el de la confirmación de alternativa de Oliva Soto, que lo templó de capa en el saludo con cinco lances garbosos pero sin eco. El toro, suelto del caballo, se abría pero no se iba. De los grandes toros de Cuvillo. El Cid quitó con tres recias verónicas sin vuelo y Oliva replicó con graciosos delantales. La ceremonia de la confirmación no fue mero protocolo.
Fue faena sin catas previas ni tanteos de prueba. Oliva se entregó con el toro en tres tandas con la diestra, una primera de seis y el cambiado, una segunda de cinco, cambio de mano y el obligado de pecho, y una tercera de ya sólo tres y el de pecho. Con la mano izquierda, fue más irregular el asiento. No el encanto del torero, airoso cada vez que se echó el toro por delante.
Ninguno de los otros cinco toros de Cuvillo fue como el primero: pajuno y rebrincado; deslucido un cuarto de basta traza que adelantó por las dos manos haciendo hilo y sin meter la cara ni emplearse; con codicia un quinto de más pies que corazón; sin romper ni pelear un sexto que fue de más a menos. Y un tercero que el cuello rígido de toro estirado, poco impulso de cuartos traseros pero de notable fijeza en los engaños, y noble, acabó sirviendo. Y mucho.
Del servicio se encargó Talavante en una faena de firmeza sin grietas, de golpes de imaginación, intermitente pero improvisada y bien puesta en escena y de formidable ajuste. Los golpes de imaginación: dos ceñidísimos pases cambiados por la espalda, del repertorio mexicano, cosidos a dos estatuarios iniciales en los medios; una tanda heterodoxa de dos naturales magníficos ligados con una trinchera, un molinete mexicano y el de pecho; una tanda última de arrucinas de desigual encaje pero dejando llegar de lejos al toro. Y la pureza de una tanda en redondo con la diestra de ajuste insuperable. Algún paseo excesivo, pero un conjunto vibrante.
Un pinchazo, un espadazo atravesado que hizo guardia, un aviso. Como el remate fue tan impropio, Talavante, teñidas de sangre de toro la taleguilla, la faja y las chorreras, no quiso dar la vuelta al ruedo. En la reunión de una de las arrucinas, Talavante se había cortado un dedo con la espada y pasó a curarse. Con el sexto toro de Cuvillo, falló la estrategia: muy encima pero al hilo del pitón Talavante cuando el toro pedía distancia para no ahogarse; apreturas cuando el toro requería espacio. Protestó el toro. Un cruce al pasito paso al pitón contrario que no sedujo a nadie.
A El Cid, perjudicado en el reparto de toros, lo castigó la gente y estuvo a punto de castigarlo el cuarto de corrida, que lo había sorprendido ya en dos desplantes en falso y se le arrancó en un tercero, lo prendió por la pantorrilla y le pegó una voltereta. El Cid llevaba la cal de la raya de picar en la coronilla. El Cid le consintió más a ese ingrato cuarto que al potable segundo. Con éste no abundó por la mano de mejor aire: la izquierda. La espada no estaba afilada.
Oliva Soto, listo en un breve quite por bellas chicuelinas clásicas al tercero, no terminó de templarse ni decidirse con el quinto.
Lindo el arranque con cinco muletazos rodilla en tierra y cargando la suerte. Más ligero el resto, donde abundó el toreo cambiado por alto -de buen compasito- pero faltó la baza del toreo por abajo. En muletazos sueltos, despaciosos y de empaque compuesto pero natural, Oliva Soto dejó la huella de su estilo. No con la espada.