Tribuna

Huelga la huelga

SECRETARIO PRIMERO DE LA MESA DEL PARLAMENTO DE ANDALUCÍA Actualizado: Guardar
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Lo decía estos días Javier Solana: «El poder se desplaza del Atlántico al Pacífico. ¿Cómo nos vamos a adaptar?». El eje Europa-Norteamérica, que ha venido marcando la pauta de la historia, ha perdido su hegemonía, con la incorporación de nuevas áreas emergentes en el concierto internacional.

Estos cambios se han visto acelerados por el proceso imparable de la globalización y exigen un esfuerzo de adaptación a la vieja y joven Europa, si queremos estar presentes en la gobernanza del planeta y en la defensa de un modelo que garantice las libertades políticas y la protección social.

En este escenario y como consecuencia del mismo, estamos inmersos en la mayor crisis económica de la historia en su múltiple dimensión ambiental, energética, alimentaria, financiera, etc. La información y la economía son cada vez más globales pero la política no, ya que el imperio ha perdido la capacidad de garantizar la estabilidad y las plataformas de encuentro tales como el G 8 y el G 20 se muestran incapaces de imponer las reglas del juego a los mercados.

Todos estos cambios nos exigen una urgente adaptación a los nuevos tiempos y a las nuevas realidades. El problema principal es asumir la necesidad de hacerlo, ser coherentes con lo que pensamos y sabemos. Dejar de escurrir el bulto y asumir responsabilidades; en palabras de Zapatero: «Hacer lo que haya que hacer, cueste lo que cueste».

Hasta ahora y a la luz de los resultados la respuesta de la Unión Europea ha sido manifiestamente insuficiente. Hemos intentado resolver las dificultades que han venido planteándose, a medida que disminuía nuestra capacidad para competir en los mercados internacionales, con una huida hacia adelante, multiplicando el déficit público y el endeudamiento exterior. En definitiva, viviendo por encima de nuestras posibilidades, entendidas en términos de recursos, tecnologías y capacidades productivas reales.

En nuestro país, llevamos mucho tiempo diciendo que nuestro sistema de pensiones no es sostenible, sin acometer las reformas necesarias. Todo el mundo admite que nuestro mercado laboral es excesivamente rígido y poco adecuado para el modelo productivo de la economía global, pero todos los intentos de incorporar cambios han sido contestados con la convocatoria de huelgas generales.

En la sociedad de la comunicación en la que la visualización se ha convertido en la esencia de las cosas, el éxito de la convocatoria depende de lo que salga en pantalla; la imagen depende de que paren los servicios públicos del transporte y cierren los comercios.

Ambos asuntos están ajenos a la voluntad de los ciudadanos y por tanto ponen en cuestión la libertad para decidir sumarse o no a la convocatoria. Claro que, como decía un viejo dicho, «en la virtud llevan la penitencia», porque unas imágenes de grupos incontrolados reventando escaparates pueden empañar el éxito de cualquier protesta. Damos por seguro que los convocantes habrán tenido un especial cuidado en que no se les desmadren los piquetes informativos.

El acuerdo logrado entre el Gobierno y los sindicatos sobre los servicios mínimos, consolida la cultura de la concertación social como una de las señas de identidad de los gobiernos socialistas y supone un gran avance para lograr el equilibrio de derechos entre los quieran o no sumarse a la huelga. El día después habrá que retomar las conversaciones para alcanzar acuerdos que nos permitan avanzar en la solución de la crisis.

Desde la perspectiva socialista es difícil superar la contradicción que subsiste entre el deseo de que los sindicatos no queden deslegitimados y, al mismo tiempo, el Gobierno de Zapatero sufra el menor coste posible. Ellos no lo tienen más fácil cuando les asalte la duda de que la mayor parte de la cosecha de la huelga pueda terminar en los graneros electorales del PP, que en ningún caso estará por compensarles por los servicios prestados.

En la derecha lo tienen todo meridianamente claro; quieren un rotundo éxito de la huelga y el mayor coste posible para Zapatero, porque confían en que eso les ayude a tener la mayoría suficiente para liquidar a los sindicatos, siguiendo el guión de su referente y guía; la señora Thacher reencarnada en la señora Aguirre, que ha estado especialmente movilizada para incrementar el cabreo de convocantes y convocados.

En la estrategia de la simulación y el mínimo esfuerzo seguida al pie de la letra por el «holgazán político» Rajoy, según lo retrata el genial Peridis en las viñetas de 'El País', la clave está en que le hagan el trabajo de oposición la crisis o los sindicatos. Piensan que lo mejor es no interferir, ocultar el programa y hasta las intenciones, alentar los descontentos y favorecer la crispación, porque cuanto peor le vaya al país mejor les irá a ellos.