![](/cadiz/prensa/noticias/201009/27/fotos/3401364.jpg)
Una tarde de emoción, una tarde de toros
Una encastada corrida de Ana Romero posibilita el triunfo de Ruiz Miguel, Ponce y Padilla en la goyesca del Bicentenario de las Cortes
SAN FERNANDO. Actualizado: GuardarEl interesante espectáculo vivido ayer en San Fernando estuvo plagado de evocaciones. Se presenció la rememoración estética, lucida por todos los participantes, de los atuendos propios de la época goyesca de principios del siglo XIX. Se contempló el efímero retorno a un coso taurino de un insigne veterano como Ruiz Miguel, cuya sola presencia y la seguridad mostrada ante sus enemigos evocaba recias tauromaquias de décadas pasadas, aquellas en las que escribiera páginas de oro en la historia del toreo. Y, lo más importante, el encastado comportamiento de los seis toros de sangre Santa Coloma que saltaron al ruedo evocaron el casi desaparecido elemento de la emoción y la incertidumbre de la lidia, esa emoción que cubre de importancia todo cuanto sucede y de la que tan necesitada se halla hoy la fiesta.
Abrió plaza un animal de encendida mirada y de humillada pero corta embestida al que Ruiz Miguel veroniqueó decidido. Muleta en mano, desafió el de la Isla coladas y parones hasta dibujar tandas de derechazos que destacaron por su ligazón y temple. Erró con los aceros por lo que perdería unos trofeos que sí obtendría del cuarto, un ejemplar de extrema bravura que tomó dos fuertes puyazos y que derrochó profundidad y vibración en sus embestidas. Lo trasteó Ruiz Miguel con suavidad y relajo por ambos pitones e incluso se gustó en algunos recortes y trincherillas. Aprovechó la nobleza de su oponente para elaborar una faena al hilo del pitón en la que sorprendió la torería, el gusto y la pulcritud vertida por este veterano diestro.
Un manso encastado resultó el segundo de la tarde, al que Enrique Ponce, con su proverbial técnica y personal sentido del temple, pudo superar. Llegó a domeñar las aviesas miradas y reiterados parones que su enemigo prodigaba e incluso esbozó pasajes de elevada estética con muletazos largos y suaves. Más incierto aún resultó su segundo oponente, toro reservón y carente de entrega durante los primeros tercios. Pero ahí estaba Ponce y su particular alquimia torera para embarcarlo en la muleta y plasmar tandas en redondo plenas de plasticidad y dominio. Faena 'a la Ponce manera' que volvió a obrar el milagro de extraer faena a un toro que parecía imposible. Singular alquimia que sólo cuenta con la firmeza y la templanza entre sus metales aleados.
Largas cambiadas, verónicas a pies juntos, chicuelinas, delantales y navarras constituyeron el prolijo repertorio capotero de Juan José Padilla en unos variados y luminosos primeros tercios. Muy espectacular y reunido en banderillas ante sus dos oponentes, inició sus trasteos de muleta sentado en el estribo, frente a uno, de hinojos ante el otro, y hubo de recurrir a la palpitación de los adornos con afarolados, manoletinas y desplantes para conectar con los tendidos. Porque sus enemigos, muy mirones, carecieron de entrega y tendían a salir sueltos de las suertes. Aunque no llegó a redondear faenas, dejó patente Padilla su exquisito oficio y óptima disposición y refrendó sendas actuaciones con dos extraordinarios volapiés.
Los tres toreros salieron a hombros en una gran tarde de toros, en la que todo cuanto ocurrió fue verdadero. Porque hubo toros de verdad.