LA HOJA ROJA

UNA JUERGA GENERAL

La huelga nos llega cuando ya estamos resignados a tener más para deber y menos con qué pagar

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Para ver cómo ha cambiado la sociedad española, -«aaahh y como hemos cambiado», que decían los Presuntos Implicados- basta con sentarse un rato en la casapuerta televisiva y comprobar que nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Y del mismo modo que asumimos hace mucho que las niñas ya no quieren ser princesas -lo malo es que ahora quieren ser la princesa del pueblo- asumiremos que en esto de las luchas sociales y del «habrá un día en que todos al levantar la vista» hemos cambiado bastante y ya no hay quien nos reconozca.

Resabiados, sí, descreídos y hasta un poco molestos nos ha pillado la convocatoria de la huelga general del próximo miércoles 29 de septiembre. Una huelga que nos llega cuando ya estamos resignados a tener más para deber y menos con qué pagar. Conformistas, dóciles, mansos, doblegados si quieren, pero sobre todo, ajenos a las razones que esgrimen los sindicatos para que apoyemos un paro total en el país. Por lo menos, para que lo apoyemos como hicimos mayoritariamente en 1988, en aquel 14-D que consiguió paralizar la vida de nuestras ciudades y que ha quedado posiblemente como el último acto de rebeldía social de la España más reciente. Entones, tanto CC OO como UGT mantenían encendida la llama de la ilusión sindical y consiguieron contagiar el espíritu de lucha en la ciudadanía. Hoy, casi un cuarto de siglo después, de aquella antorcha les queda a los sindicatos apenas una vela, una luz tenue suficiente para no irse chocando contra sus propias propuestas. La huelga general de 1988, convocada contra una furibunda reforma en el mercado laboral que abarataba el despido y que introducía contratos temporales para los jóvenes, se convirtió en una movilización masiva del descontento con la política económica del gobierno socialista de Felipe González, y obligó a la negociación por ambas partes. Hoy, casi un cuarto de siglo después, la imagen de los trabajadores de la entonces única televisión en España, a las puertas del Ente Público cortando la emisión durante veinticuatro horas, que fue un símbolo en aquellos días, se nos antoja tan pintoresca y lejana como una novela de Zolá.

Después de eso, ya todo fue diferente. Quizá usted no se acuerda, pero hubo más huelgas generales, la del 28 de mayo de 1992, la del 27 de enero de 1994, la del 20 de junio de 2002, y hasta un tímido conato de dos horas de paro generalizado el 10 de abril de 2003, contra la participación de España en la guerra de Iraq. Pero ya, insisto, habíamos cambiado, porque todo era más de lo mismo. Como lo del miércoles que viene.

Habrá que ser cautelosos, y esperar a los datos. Aunque las apuestas están casi todas cerradas, y usted mismo puede contar con los dedos de una mano cuántos conoce que irán convencidos a la huelga del día 29. Quizá porque al cambiar el fondo, también cambian las formas, los sindicatos convocantes no han sabido captar la atención de los trabajadores. «Así, no» es el eslogan con que UGT nos convoca, un eslogan que podrían haberse aplicado ellos mismos antes de aplaudir y secundar -con felicitación incluida de Cándido Méndez- el absurdo y hasta surrealista llamamiento de Manuel Pastrana a los abuelos para que no cuiden de sus nietos durante todo el día, y se sumen de esta manera a la huelga general. «Así, no» tendrían que haber dicho los sindicatos a esos concursos televisivos en los que por contestar sí o no a la huelga podrías ganar un Mercedes. «Así, no» podría haber sido la frase que iluminara a la Confederación General de Trabajadores antes de protagonizar momentazos como la 'chorizada' popular a la puerta del Congreso de los Diputados con barbacoa incluida, o de representar la obra de teatro El Mercado de los Esclavos en la Puerta del Sol. Así, no, hombre, así, no.

Dicen que la huelga general es inevitable. Inevitable, sí pero tal vez porque llevamos demasiado tiempo instalados en la crisis y sin saber cómo vamos a salir de ella, lo cierto es que esta convocatoria llega cuando todo «está atado y bien atado» que repugnantemente decía el abuelo de Carmen Martínez Bordiú, llega -y eso sí que es inevitable- tarde. Llega cuando ya no somos capaces de reconocer a los que nos representan ante la patronal, porque son ellos los que más han cambiado. Y eso que no me gustaría pensar así, porque, a pesar de todo, una sigue teniendo la adolescente idea del idealismo de los derechos conseguidos y de lo que nos ha costado llegar hasta aquí.

Que es evidente que estamos en contra de la política económica de un gobierno que nos ha metido la mano en la cartera. Que lógicamente no estamos a favor de los recortes sociales, ni de la congelación de las pensiones, ni del despido 'express', que creemos firmemente en la inutilidad de las ETTs, que no queremos jubilarnos con tantos años, y que estamos hartos de que nos suban el recibo de la luz, es cierto. Pero ya lo diremos en las urnas, que es donde más duele. Así, no, señores sindicalistas, porque así, con ese discurso, la única imagen que me evocan es la de aquella chirigota del Selu en el noventa y cuatro, 'Los Titi de Cai', que de eso sí que nos acordamos, «Atención, atención, mucha atención, vamos a hacer un escote, entre los presentes. El que pueda que ponga mil duros, el que no cien duros y el más pobre veinte. Vamo a compra de comé y de bebé con guitarra y timbal y esto sí que va a ser... una juerga general una juerga general, una juerga general».