![](/cadiz/prensa/noticias/201009/25/fotos/3383670.jpg)
«Nos vemos aquí en cien años»
Muchos isleños se animaron a participar ataviados como sus antepasados, en una jornada festiva y con un calor sofocante
CÁDIZ. Actualizado: GuardarConcepción y Antonia decidieron hace nueve días que no sólo los escopeteros salineros iban a captar la atención de las cámaras. Que ellas no eran menos. Se pusieron manos a la obra y ayer salieron de casa sin que les faltase un solo detalle. El vestido, de la boda de una hija. La sombrilla forrada y adornada con puntillas, del cochecito del nieto; el bolso, hecho a mano, con tela del vestido... ¿Y el monóculo, revestido de brillantes? De Pepi Mayo, informa Concepción Pinto, que no puede parar de reírse. Su amiga, Antonia Montilla, la secunda mientras se ajusta su sombrero de paja, forrado de una tela similar a la del vestido. «La que guarda halla, como decía mi madre», dice alisándose las arrugas.
Los maridos, Antonio Muñoz-Cruzado y Manuel Poveda, también acompañan vestidos para la ocasión. Y no son los únicos. Una larga fila de voluntarios -la mayoría de ellos del centro de día de mayores- pasaron ayer horas de pie, aguantando primero el fresco de las primeras horas de la mañana y después el calor sofocante a partir de las 10.00.
Muchos de ellos llevaban tres años saliendo en el desfile del Bicentenario. La mayoría, también, estaban allí desde temprano, desde las ocho de la mañana, cogiendo sitio. Unos para la representación del cuadro de Casado del Alisal, que se celebró poco después de las 9.15. Minutos antes habían aparecido los presidentes del Congreso y el Senado, José Bono y Javier Rojo, respectivamente.
«Tú te podías haber hecho una ropilla de esas», le decía en voz baja un hombre a su mujer mirando el animado ambiente. Porque a esa hora, aunque los hubo madrugadores, la alegría la ponían los mayores del centro de día y pequeños grupos de vecinos de La Isla. Muchos se quejaron de la falta de público. «Hay más gente cuando sale el Nazareno», resumía un padre que llevaba a sus dos hijos pequeños. Otro que también se lamentaba era Juan Montero Busto, que portaba el pendón con el escudo del primer centenario que él mismo había confeccionado, vestido de escopetero salinero. «He hecho una investigación y este es el verdadero», contaba sin disimular el orgullo. Juan compareció ayer junto a sus primos Andrés y Enrique, con una mezcla de emoción y guasa. Admitía que cuando vio a sus antiguos compañeros de Infantería de Marina -hoy en día está retirado- «los vellos se me ponen de punta», pero también que se lo estaba pasando en grande: «Les he dicho que se conserven bien, que dentro de un siglo tenemos que estar aquí de nuevo, para el tercer centenario».
La avalancha de gente se produjo en torno a las 11.00 de la mañana, con la llegada de los Reyes, que nadie quiso perderse.
Sobre uno de los bancos de la plaza de la Iglesia, Paqui González, era una de las que hacía equilibrios para no caerse. Conseguido el objetivo, llama a su hija con grandes aspavientos, para que ocupe su lugar. «Yo ya los he visto; qué alegría, no me lo esperaba». Paqui estaba en el campo, con su marido y la 'niña', como todos los fines de semana, y después de seguir parte de la ceremonia por televisión decidió acercarse «porque esto no se ve todos los días». «Es que yo los quiero mucho, a los dos», se justificaba la mujer.
Ellos, los monarcas, eran el objeto más codiciado y por eso muchos les esperaron a que salieran del teatro de Las Cortes. Visto y no visto. Una imagen fugaz. Suficiente para algunos que estiraban el cuello. Decepción para otros. «Yo sólo le he visto el cardado a la reina», resumía una señora. A su lado, otra le reprendía a su amiga: «Ahí va Bono otra vez, ¿no lo has visto? Es que no estás a lo que tienes que estar».
Y es que no era fácil estar a lo que había que estar. Algunos se quejaron de la falta de información y coordinación, de la abundancia de policía que tampoco sabía informar y por eso hubo protestas a la hora de entrar en la iglesia Mayor, cuando las autoridades se habían marchado, para hacer la segunda representación del cuadro de Casado del Alisal.
A falta de reyes y políticos con los que hacerse una foto -Bono fue el único que se acercó a dar la mano a algunos que se lo pidieron con una sonrisa que denotaba lo a gusto que está cuando se trata de honrar la bandera y oír el himno- los isleños optaron por tomar a los diputados y soldados ficticios para retratarse. Aunque también las cámaras de televisión fueron el objeto de miradas y comentarios. De hecho, las furgonetas de las principales cadenas volvieron a llena de tráfico la calle Real. «Aquí nunca viene nadie y hoy, todo el mundo», se quejaba una joven ante la indiferencia de uno de los operarios que recogía los cables.
Día de gala y de trabajo
Fue un día para ver y para ser visto. «Sí mamá, la gente va arreglaíta (pausa); yo llevo la blusa de leopardo», narraba por el móvil una mujer. Un día de fiesta para casi todo el mundo, porque hubo gente también que tuvo que trabajar, como Nati Sánchez, que pasó por la plaza de la Iglesia como una exhalación. «Cuido a unos ancianos y no los puedo dejar solitos, pero lo veré por la tele», confesaba.
A Juan José Terrón también le tocaba cumplir con el sagrado deber: «Ya estoy acostumbrado», decía desde el otro lado de la barra, mientras se volvía a una cliente que le encargaba dos napolitanas. El bar La Mallorquina, justo en frente de la iglesia Mayor, era un no parar desde primera hora de la mañana. «Sí se ha notado que hay mucha gente», admitía Juan José, muy cerquita de donde desayunaban un grupo de escoltas, aprovechando que las autoridades estaban en misa.
Bares abarrotados
Encontrar sitio en una terraza era materia de ciencia ficción. Incluso, con la seria competencia de la Feria de la Tapa. El que no estaba comiendo, desde luego, estaba haciendo fotos o grabando en vídeo. Una tarea que se complicaba y mucho, si uno quería acceder a las primeras filas.
Los que tenían la suerte de encontrar un balcón se ahorraron los apretujones. Muchos, además de disfrutar de la vista privilegiada, accedieron a colocar banderas para engalanar el paso de las autoridades. Eso sí, mientras algunos vecinos optaban por pendones con el escudo de la ciudad en un vivo tono rojo, otros prefirieron las azules que repartió el Ayuntamiento con el lema del Bicentenario. Y un tercer grupo se decantó por la bandera de España, lo que en realidad bien podía responder a un furor patriótico o a las reminiscencias del Mundial de Fútbol.
Casi todos los isleños reconocían sentirse orgullosos de lo que ayer se conmemoraba. Aunque no todo el mundo pudiera precisarlo, como Aaron Aragón España, un niño de nueve años vestido de salinero y estudiante del colegio Atlántida de Chiclana. El chiquillo, ante las preguntas de la periodista, se quedó en blanco. «Estamos aquí porque viene el Rey», le soplaba su madre. Menos mal que siempre están ellas para ayudar con los deberes.