MAR ADENTRO

Corazón de Erasmus

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Guiris con bolígrafo, turistas con expediente académico, noctámbulos con exámenes, viajeros con carnet de biblioteca. Como aves anunciadoras del otoño, llegan los Erasmus, desde la gran puñeta para enfrentarse a la aventura de aprobar asignaturas en este idioma endiablado y en una ciudad que invita más a la contemplación que a la reflexión, al estadio que al estudio, a la plaza que al aula, al sol que al neón.

Les llaman los Orgasmus porque quizá sus legendarias fiestas, su tumultuosa presencia en los garitos más o menos de moda, su estampa de perplejidad casi adolescente, tal vez sean lo más parecido que hoy tenemos a las antiguas estudiantinas, aquella bohemia golfa de la casa de la Troya, que no se parecía demasiado a esa educada tenacidad de las tunas de hoy, esa especie de Imserso de mandolinas y laúdes, pero con un aire pulcro, como de colegio de pago.

Ahora que quieren censarnos a todos en Bolonia, llegan los Erasmus, con lo mejor de Europa a cuestas, aquel continente político que creía que podría derribar todas las fronteras, empezando por las del pensamiento, mucho antes de ponernos a expulsar gitanos y a darle con la puerta en las narices a los distintos. Y vienen para licenciarse en carreras que ya no precisan de créditos de asistencia a cursos de otoño, de primavera o de verano, como si entráramos en un invierno perpetuo en donde la única Universidad que tal vez importe sea la que fabrique cerebros en serie para que el capital los explote, desprecie su talento y malbarate sus sueños convertidos en diplomas por deformas laborales -con d de dinamita- con que ahora pretenden tirar por tierra los castillos del bienestar que levantamos en el aire.

Malos tiempos para ti también, viejo Erasmo de Rotterdam, amigo Alejandro Da Vinci: la sabiduría ahora importa menos que sus mecenas. Muchos de los actuales docentes siguen guardando en los pliegues de su memoria una piedra del asfalto bajo el que París encontró la playa en mayo del 68: qué queda de aquello sino una cierta sensación de derrota, una toalla tirada sobre la lona, una intensa rabia con que se muerden los labios y confían, al menos, en la terca vitalidad de la Universidad. Si resistió a las quemas de herejes y a las quemas de libros, si no cerró sus libros por causa de una guerra ni su libertad murió bajo la mordaza de todos los totalitarismos, ¿cómo va a rendirse por el simple hecho de que los mercaderes del neoliberalismo hayan convertido su templo en un zoco?

Wilkomen, bienvenues, welcome, corazones de Erasmus. También vosotros podéis ayudar a que el humanismo sobreviva.