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LA PENÍNSULA DEL TESORO

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No solo Nadal está batiendo todas las plusmarcas. La deuda pública le está superando claramente, aunque se rodee de oscuridades. Si la ínsula ibérica fuese una empresa estaría en quiebras. Hemos alcanzado meritoriamente los 600.000 millones de deuda pública, lo que quiere decir, aunque nos duela decirlo, que cuatro de cada diez euros los debe el Estado, que se encuentra en Estado comatoso, y los otros seis los debemos nosotros, que no nos encontramos demasiado bien. Para acabar de arreglarlo, la tasa de morosidad ha colmado el vaso y las tazas hasta elevarse al cubo. ¿Cómo se puede vivir entrampados? Hay quien dice que divinamente, ya que está comprobado que el dinero solo le preocupa a quienes piensan pagar sus deudas, pero si nuestro presidente electo, señor Zapatero, saliera sin escolta por la calle estaría seguido por el hombre del frac. A pesar de todo, los inversores han redoblado su confianza en la deuda española y el Tesoro coloca 4.000 millones en títulos a largo plazo y a precio bajo. Es sin duda una buena noticia, a falta de otras mejores. Superar el descrédito es fundamental, sobre todo cuando el crédito se ha perdido. ¿Qué fue de aquellos balances, cuando nos explicaban que éramos la octava potencia mundial? De aquellas esplendorosas contabilidades, ¿qué se hicieron? Al parecer eran sólo devaneos y verdura de las eras, pero hay un hecho cierto: ya no estamos incluidos en la lista negra de los países sospechosos de no poder afrontar sus deudas. Se fían de nosotros y por lo tanto nos venden fiado. Ya no somos la ínsula del tesoro, pero la fuerte demanda de bonos nos despega de los países desahuciados, como Grecia, Irlanda y Portugal. Seguimos jugando en primera división financiera, aunque estemos en la cola de la tabla. Somos pobres, pero no tanto. Los verdaderos pobres de pedir son los que no pueden pedirle a nadie que les socorra y los que, si encuentran a alguien, resulta que son más pobres que ellos.