EL Cid sale a hombros de la plaza de toros de Salamanca. :: EFE
Sociedad

Preciosa corrida de El Pilar

Orejas generosas abren a El Cid la puerta grande en Salamanca

SALAMANCA. Actualizado: Guardar
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Una hermosísima corrida de Moisés Fraile: el escaparate, las caras, las hechuras, las pintas. El aire propio de la ganadería, que en Salamanca se esmera. Parecía elegida con lupa y mimo la corrida entera. Se ha perdido la costumbre de aplaudir de salida los toros. No la de verlos salir y admirarlos. Un toro de nota: el segundo de la tarde. Con ventaja sobre los demás. Bravo en el caballo, y lo fueron todos con la excepción del sobrero, quinto bis, que no se empleó. Pronto, como todos también. Pero todavía más pronto que ninguno de los otros.

Con movilidad de la de verdad. Gasolina, voluntad y fondo. Ritmo goloso, tranco acompasado. Podía torearse hasta por su mera inercia. No se hizo preceptivo enganchar ni apenas tocar: bastó con la colocación y el correr la mano, que fue el secreto de una faena de El Cid bien puesta, justa de ambición, fácil, segura y algo desigual. De más a menos el son, el ajuste y las ideas. Y hasta el eco, porque se empezó a tomar partido por el toro poco a poco. El Cid lo abrió por la mano derecha, no lo ligó por la mano izquierda y lo mató más por las malas. En los blandos la espada. Negro lustroso, de porte espléndido, el toro galopó de salida, cobró en el caballo mucho, persiguió de bravo en banderillas y quiso hasta el final. Se llamaba 'Imposible'. Y para nada.

No fue corrida completa ni de particular buena suerte con los que la picaron o lidiaron. Un toro estrellado contra un burladero y reventado en el remate, que fue el quinto, de prometedor arranque.

Un tercero de soberbia factura -el más hondo- pero que apareció escobillado de un pitón y eso no lo perdona el público campero de sol, que en La Glorieta suele dejarse oír. Ese toro se entregó en el caballo hasta vaciarse y pagó después el precio de una vara demoledora: se apagó enseguida y Castella se aburrió casi a la vez. El que inauguró el desfile pecó de flojear tan sólo salir del caballo de pica y Morante, displicente, decidió cortar por lo sano.

En la segunda mitad de corrida salió a escena con sus polvitos mágicos Morante. Y un toro lavadito de cara, que fue menos toro que los demás. Tan noble como todos o más. Morante dibujó de capa lances bien mecidos pero de desigual remate. Quiso abusar. Y dibujó con la muleta mimosamente, a compás, en esa suerte de enganches al toque que Morante domina mejor que nadie. Sobre las plantas de los pies el reposo entero, lindo el juego de antebrazos y manos. Parece que Morante torea con los dedos. Una trinchera, tres de la firma, dos cambiados, un camino sinuoso pero sin forzar al toro que acusó un puyazo trasero. Poca fe en un pinchazo hondo, sumo desacierto con el descabello. Dos avisos.

Por el toro devuelto tras alevoso estrellón salió un sobrero altísimo y estrecho, un poco acaballado. Resultó de los más nobles. Un puyazo caído le abrió un ojal; otro arriba le hizo sangrar. Se empleó en el capote, sin que El Cid se encajara; se templó en banderillas y fue de dulce en la muleta. Fue toro a menos. Como la faena de El Cid. Los toros de almíbar no siempre rompen en bravo sino que se empiezan a dormir. Faltó tensión. Una estocada defectuosa tras un pinchazo. Y un sexto de verdad astifino y ofensivo. Que tuvo al descolgar caro estilo. Pero salió frágil. Soltura sencilla de Castella en trabajo de cierto descaro. Pero no de aliento.