Los cines de antes
Actualizado: GuardarVoy a parecer antigua, pero debo confesar que me gustaba más el cine de antes. No me refiero a las películas (que quizá también), sino a las salas de cine que se perdieron, aquellas con acomodador, telón sobre la pantalla y sillones tapizados. Siempre me parecieron enigmáticos aquellos búnkeres sin ventanas que se llamaban Luz Lealas, Cine Jerezano, Valeria, Cine Riba, Delicias... Sus propios nombres ostentan ya, a vuelta de pocos años, un halo legendario. Y al mencionarlos acuden a la memoria íntimas historias y citas cumplidas en la oscuridad. ¡Tanta vida bulló entre sus paredes, fuera y dentro de la pantalla!
También eran estupendos los cines de verano, versión bullanguera e informal de las salas de invierno. Los asientos de peluche se mudaban en sillas de tijera, el público ganaba en decibelios y desparpajo, y las películas perdían calidad en aras de la acción y las risas. Reponían diez veces Holocausto caníbal y El hijo de Tarzán con honores de estreno mundial, y el público respondía como si realmente lo fueran, abarrotando el patio doble (entradas normal y preferente, con valla de por medio, en el muy recordado Terraza Tempul), con un paquete de pipas en el bolsillo y el ánimo preparado para el suspense, el terror o la sorpresa.
Ahora las películas se estrenan en Jerez el mismo día que en cualquier capital; las salas son multicines que ofertan 20 títulos a la vez y cuentan con todos los adelantos técnicos: sonido envolvente, alta definición, aire acondicionado, 3D e incluso efectos especiales previo pago del suplemento correspondiente.
Tienen sus ventajas, no lo niego, pero echo en falta el misterio de los cines de invierno y la algazara popular de los de verano. Ya les dije, hoy me he levantado con el alma antigua.