El piloto de Ferrari, Fernando Alonso, dedica a su equipo la victoria en el Gran Premio de Italia. :: REUTERS
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Alonso revive en Monza

El español retoma el pulso al Mundial con una victoria y la retirada del inglés Lewis Hamilton; El asturiano obtuvo un triunfo vital en la pista talismán de Ferrari gracias a una gran actuación de equipo

MONZA. Actualizado: Guardar
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La coronaciones deportivas en Italia se ejecutan por una táctica invasora. El avasallamiento. Hordas humanas de italianos e italianas se mueven al son de un sentimiento, como si fuesen ratones que el flautista de Hamelin conduce a su antojo. Sucede en el Giro. Una invasión cada tarde sobre la línea de meta ante el encanto que produce una carrera ciclista de la que esta gente se siente propietaria. También en las motos, en el circuito de Mugello, con Valentino Rossi como emperador que moviliza a las masas. Ayer, a las tres y media de la tarde en Monza, ciudad dormitorio de 140.000 habitantes separada de Milán por una autopista caótica y en obras, Fernando Alonso subió a los altares de este país.

Ganó en la pista talismán de Ferrari y lo hizo con todos los ingredientes emotivos: suspense que derivó en tensión, maniobra relámpago de Ferrari en el garaje y victoria contundente con rescoldos de hachazo. Relanza su candidatura y a su equipo, revive para el Mundial (está a 21 puntos de Webber) y deja claro que tendrá algo que decir en la resolución del título.

El español refrescó en una sola tarde todo el mal fario que ha acumulado en este curso. La singladura de las predicciones meteorológicas fallidas, de los accidentes con secuelas en la clasificación, los fallos propios y los ajenos, el desarrollo tardío del coche frente al imponente Red Bull de principio de temporada y, sobre todo, el descalabro de Spa.

Allí el pesimismo instaló una manta negra y plomiza sobre el campamento de Ferrari. Y aunque parezca que la Fórmula 1 solo tenga de humano el blanco de los ojos de sus integrantes, también funcionan otros valores esenciales en el mundo laboral: el liderazgo, la capacidad de reacción, la gestión de la confianza en el grupo.

Ferrari desbarró en Bélgica y Alonso levantó el dedo contra el mundo. «Puedo ser campeón», adujo convencido de que el sistema de puntuación (25 al primero, 18 al segundo, 15 al tercero) convierte la clasificación del Mundial en una montaña rusa. Ni más ni menos.

Y todo arrancó con la nebulosa negruzca planeando sobre Alonso. Salió mal, o al menos peor que Button, cuya puesta en escena fue impecable, limpio y quirúrgico como es él. El español tuvo que apurar porque no solo le rebasó el inglés, sino que Massa reclamó su asignación desafiando en buena ley a su compañero. Durante cuatro curvas permanecieron cara a cara, rueda a rueda, orgullo contra orgullo, a un tris de lanzar al vacío las opciones de Ferrari. Ninguno frenó y Alonso conquistó ese territorio.

Massa, con todo el derecho de su parte, empujó hasta la extenuación de su autoestima, tocada del ala desde que le redujeron a segundo tripulante en Alemania. En ese arrebato, palideció Hamilton. Se tocó con el brasileño y su rueda derecha lo despidió de la carrera.

Lo que vino después fue la reedición de aquella cinta de Steven Spielberg, 'El diablo sobre ruedas'. Un camión fantasma, sin conductor visible, persigue a una camioneta. Va y viene, lo despista y vuelve, siempre aparece. Un síndrome que acaba con el débil en un barranco.

Alonso ejerció de camión en el símil, aunque para todo el mundo, ayer en Monza, fue un tiburón a la caza de la pieza. Nunca cedió un metro a Jenson Button, incapaz de soltar el británico a un personaje pertinaz, consistente, con el que no se puede negociar frente a una victoria. Alonso es un 'killer'.

Button demostró en Monza que su título de campeón en vigor no es fruto de la magia del doble difusor Brawn milagroso. Es un piloto de una pieza. Mantuvo a raya a Alonso, que no vio resquicio ni ocasión para armar la bota. El acoso no cesó, pero Button defendió su suerte con una gallardía brutal.

El pulso quedó a expensas de la habilidad de los mecánicos. Los de Ferrari fueron más raudos en el cambio de ruedas, probablemente más excitados por el ambiente grueso de las gradas. Alonso salió escopetado y en la curva del final de recta Button claudicó. Era la mitad de la carrera, pero también la sentencia porque ahí, vitoreado por el público y espoleado por su ambición, el español es insuperable. Tiene coche y ganas. Y el Mundial, a tiro.