Schumacher, un mito invisible en Monza
MONZA. Actualizado: GuardarLa sentencia se ha repetido tantas veces que ha dejado de ser noticia. «Obviamente, no estoy satisfecho con la clasificación de hoy, pero mi posición es probablemente todo lo que podía conseguir con un coche así». Habla Michael
Schumacher, un mito invisible en Monza, la abadía sagrada de Ferrari, su antigua casa.
Desde el pasado invierno, Italia ha sacado el látigo y fustiga al alemán. Schumacher ganó cinco títulos con Ferrari, relanzó a la escudería, se convirtió en un fetiche para los tifosi, uña y carne con una afición que adora la Fórmula 1. Retirado a sus cuarteles de invierno, disfrutó durante tres años de una
jubilación vitalicia y soñada para cualquier mortal: seis millones anuales por descolgar el teléfono y asesorar a sus antiguos compañeros. Sucedió que Ross Brawn lo reclamó para la refundación de Mercedes y Schumacher, cansado de los domingos en el sofá, aceptó.
Para los italianos no fue que cambiase de acera, sino que rechazó a Ferrari. Y no se lo perdonan.
En la concentración invernal ferrarista de Madonna di Campiglio se habló tanto o más de la llegada de Alonso como de la traición de Schumacher. La pasión latina. El alemán ha regresado a Italia, a la guardia de su enemigo, y nadie le ha hecho caso.
«No está en posición de pelear con nosotros», zanja un aficionado en el parque de Monza al hilo de la cuestión. Schumacher no es enemigo de Ferrari con su Mercedes renqueante y la gente lo ha mirado por encima del hombro con cierta displicencia.