Sociedad

Alberto Aguilar sale a hombros en Arlés

Una distinguida corrida de La Quinta abre el abono de septiembre en la localidad francesa

ARLÉS. Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

No descarada pero muy astifina, la corrida de La Quinta tuvo bellas hechuras. A los seis se les aplaudió en el arrastre pero la vuelta al ruedo para el tercero se subrayó con protestas. Fue el toro más agresivo. Escarbó mucho. La agresividad fue una manera de atacar. A pesar de haber cobrado hasta tres puyazos, sacó en la muleta una gran entrega. Motor. No humilló la corrida, pero sí lo hizo este tercero. Y esos dos detalles -descolgar y darse- debieron mover la voluntad del presidente. La corrida tuvo más poder que motor, más resistencia que potencia. Y nobleza. Sólo el segundo estuvo a punto de arrollar en un regate a Urdiales en el saludo de capa. Deslumbrado, el toro no volvió a buscar al torero de Arnedo, pero no se lo puso sencillo. Por la mano derecha Diego dibujó muletazos de espléndida cadencia. Y por la izquierda, el pitón por el que había avisado el toro, también. Sólo que la faena, la mejor, pecó por exceso, una media estocada desprendida fue de muerte lenta, sonó un aviso y la gente pareció fría. Con Diego y con Rafaelillo. No con Alberto Aguilar, cuyas gestas en la vecina Beaucaire con corridas tremendas de Victorino los dos últimos años le han convertido en torero favorito. Con alguna disidencia: la segunda oreja del tercero toro se entendió como premio excesivo.

La faena de gran arrojo, fue de darlo todo, de torero echado adelante, listo para prender del hocico al toro o hábil para esgrimir los primeros arreones. Una estocada perdiendo el engaño. El toro partió el estaquillador en dos. La faena más trabajada fue la Urdiales al serio quinto, que no estaba en el tipo clásico de Buendía sino en otra línea más antigua: era un toro cabezón. Muy meritoria la faena, buena la idea de cambiar distancias, excelentes golpes de muñeca para templar hasta en dos tiempos muletazos muy logrados. Mucho toreo a la voz, pero el toro necesitaba la acústica. Y otra vez pasado de metraje el trasteo. Un aviso antes de haber cuadrado siquiera Diego al toro. Una estocada y dos descabellos. Pidieron la oreja los cabales. Justo premio.

Rafaelillo anduvo con soltura en los dos turnos, se atuvo a fórmulas clásicas, remató tandas con pases de pecho, aguantó el son rebrincadito del primero, manejó las embestidas del cuarto, respiró con tranquilidad, como si la prueba fuera pan comido y mató de sendas estocadas a capón. Aguilar anduvo aperreadillo pero listo con el sexto, que le ganó la partida. Muletazos de mejor comienzo que final, al descubierto Alberto, tapado luego, pies y pasos perdidos hasta llegar a verlo medio claro. Y una estocada como fuera. El torero le llega a la gente. Tiene una electricidad particular.