Sociedad

«España va a acabar partida en dos si no dejamos de obsesionarnos por el pasado»

Compite en la Mostra con 'Balada triste de trompeta', una «tragedia grotesca» sobre nuestra reciente historia Álex de la Iglesia Director de cine

VENECIA . Actualizado: Guardar
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Álex de la Iglesia (Bilbao, 1965) ha terminado su última película, 'Balada triste de trompeta', con el agua al cuello, hace sólo una semana, justo para llevarla a la Mostra. Le queda algo de nerviosismo acumulado mientras busca un cigarrillo por el jardín del Excelsior. Pero al fin lo consigue y se sienta más relajado en un rincón tranquilo. Se le ve bien, satisfecho, como alguien que acaba de salir del infierno, se da una ducha y se pone una corbata. Y ha adelgazado mucho.

-En su blog se ha desahogado diciendo que nunca las ha pasado tan putas, pero que nunca ha disfrutado tanto y que es su mejor película, la más sincera.

-Corroboro. Sí, porque creo que mi trabajo es contar las historias desde mi punto de vista y muchas veces piensas en que tienes que conseguir atrapar al espectador, que es tu deber, y en este caso he intentado contar la historia lo más sincera posible. En ese sentido es una película muy personal. Es muy visceral porque he disfrutado de una libertad creativa total. A la vez he sufrido un montón, porque ha sido muy complicada.

-¿De pequeño le llevaban al circo?

-Recuerdo que la primera vez que me llevó mi padre ya me pareció un espectáculo extraño. Anunciaban el caballo de 'Furia', un programa de televisión en el que había un niño que decía '¡Qué bueno que viniste Piwi!', eso no lo olvidaré nunca. Pero el caso es que no era el caballo de 'Furia', evidentemente era un caballo normal, y le dije a mi padre: 'Este no es el caballo de 'Furia', ¿verdad papá?'. 'No, no lo es', me dijo y ya entonces me pareció como una farsa extraña.

-Sí, en el circo siempre tenían estos reclamos relacionados con el éxito del momento de la tele, y uno pensaba que era el de verdad...

- ...y no lo era, y eso siempre supuso una gran decepción. El circo en sí no me interesa, no es una película de circo. Me interesa el payaso como arquetipo, como individuo disfrazado de una manera absurda, preocupado por hacer reír a los niños, y no se sabe muy bien cómo, ni por qué. De hecho en la película no se ve nunca el circo.

-Es una película muy personal, pero, ¿quería también hacer una película sobre España, como país?

-Comienza así, como un Nodo, y los títulos de crédito son una especie de biblia alucinógena del pasado.

-Un museo del horror.

-Sí, entre personajes ficticios, queridos y odiados, mis monstruos.

-¿Y qué piensa de España?

-Hombre, lo que pienso lo cuento en la película. Fundamentalmente es una historia en la que la ira y el ansia de venganza sólo conducen a la perdición, a destruir y partir en dos el objeto amado. Es sobre la relación entre tres conceptos: amor, humor y horror. El amor conduce inexorablemente al horror, y la única manera de impedirlo es a través del humor. Es extrema, grotesca, una tragedia grotesca. La historia de dos personas que se destruyen por conseguir a una mujer. Los dos payasos enamorados de la trapecista son metafóricamente como el cuadro de Goya, dos tipos enterrados hasta las rodillas y dándose con un bate en la cabeza.

-¿Cree que España sigue siendo, en el fondo, igual de bárbara bajo un caparazón de modernidad?

-Como dice la canción, todos tenemos un pasado que murió, pero que quizá no ha sido convenientemente enterrado.

-¿Cómo cree que verán la película los más jóvenes, que no vivieron esos años y a lo mejor todo les suena a chino, o el público extranjero aquí en Venecia?

-Pues precisamente son los que mejor la van a ver, desde fuera, como yo lo veía de pequeño. Yo no entendía nada. De pronto había una explosión y un coche salía por los aires, en la calle había manifestaciones y veía a la Policía corriendo todos los días desde la ventana de mi casa. Una situación prebélica incomprensible, con una violencia soterrada y continua. En ese sentido la van a ver, creo yo, como yo la veía, como una especie de pesadilla que no tiene nada que ver con tu vida. Participo mucho del sentimiento del protagonista de no haberme sentido nunca niño. A los cuatro años eras consciente de que hay problemas más importantes que jugar. Te marca no haber visto las cosas con inocencia, tras un filtro de desgracia.

-¿También ha marcado a España?

-Sinceramente sí. Deberíamos desprendernos de un pasado que nos obsesiona. Si no vamos a terminar partiéndonos en dos.

-¿En qué momento, como artista, se ha sentido parte de una tradición común, de la España negra, de Goya, de Buñuel...?

-Pues no es algo voluntario. Es algo con lo que te encuentras. De pronto te ves atraído por una serie de temas. Yo soy un poco cura y...

-Sí, va de negro.

-Sí, visto como un cura, estudié en los jesuitas, la religión para mí es algo muy presente en mi vida, y creo que me encuentro bastante cercano, por tendencias, a un tipo de tragedia grotesca que me enloquece y me divierte, y a la vez me angustia. Creo que la diversión y el sufrimiento siempre van unidos. Sí, la película también es una extraña reivindicación del espíritu cinematográfico patrio. Tiene mucho de Pedro Olea, de Mario Camus, de 'Furtivos', de un cine que mentalmente nunca he tenido presente hasta que un día dices: ¿Quién soy yo realmente? También 'La cabina', que es probablemente la película española de más alto contenido político.