Vista de los frescos de la Capilla Sixtina. :: AFP
Sociedad

La Capilla Sixtina, en peligro

El rastro de fibra y cabello de los millones de visitantes amenaza la sala vaticana

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El diccionario se queda corto a la hora de acumular palabras para elogiar la Capilla Sixtina. Su belleza merece todas las penalidades que hay que sufrir hasta contemplar los frescos de Miguel Ángel: las colas de dos horas, los centenares de escaleras si el visitante compra la entrada barata, la que no da derecho al ascensor, los codazos y empujones para pasar por la puerta estrecha que da a la sala, y los gritos de los guardas, que no dejan sacar fotos ni sentarse en los escalones. Al final, sí, compensa. Pero se siente la fatiga. La propia y la ajena, la de las propias pinturas, que acusan el ajetreo y envejecen demasiado deprisa.

El director de los Museos Vaticanos, Antonio Paolucci, dio ayer la voz de alarma en el periódico en 'L'Osservatore Romano' y vino a decir que los cuatro millones de visitantes al año son demasiados para la salud de los frescos. Toda esa gente cansada y maravillada por lo que ve en el techo deja rastros de fibra, cabellos y otros elementos que se convierten en polvo, veneno para 'El Juicio Final'.

Paolucci avisa justo cuando acaba de terminar la última limpieza en cuatro años, realizada durante semanas por un equipo de 30 especialistas. «El problema de este lugar visitado cada día por miles de personas es la presión excesiva, no existe un adecuado control climático y los instrumentos para abatir las partículas contaminantes son insuficientes. Si queremos conservar la Capilla Sixtina, éste es el desafío que tenemos que ganar», escribe Paolucci.

Los expertos le dan la razón. La Capilla se ha convertido en los últimos tiempos en una sala multiusos, que además de soportar el trajín de los espectadores ha llegado a ser escenario de conciertos, como el que dirigió Riccardo Muti en 1998 para conmemorar el 20 aniversario del papado de Juan Pablo II.

El tesoro vaticano necesita cuidados intensivos, y continuados. Gianluigi Colalucci, responsable del equipo que inició en 1980 la histórica limpieza de la obra cree que las preocupaciones de su colega están justificadas, y recuerda que hasta hace unos años las misas se celebraban con velas encendidas, lo que no sentaba nada bien a los ángeles de Miguel Angel, Botticelli y Perugino.

Una solución consistiría en restringir las visitas, pero de momento nadie en el Vaticano, ni en Roma, quiere oír hablar de ello. Con la entrada a sus museos, la sede de la Iglesia católica recauda unos 200 millones de euros al año, más de la mitad de los 350 millones de su presupuesto. Y sin la Capilla nada sería igual, lo mismo que difícilmente se comprendería el Reina Sofía sin el 'Guernica', el Prado sin Velázquez y el Guggenheim de Bilbao sin el edificio de Gehry.

A pesar de los peligros, Paolucci -ex ministro de Cultura italiano y gran especialista en el Renacimiento- cree que la ciencia está de su lado. «Las oportunidades que nos ofrece la técnica son virtualmente infinitas y la limpieza de la Capilla este año nos invita a medirnos con este empeño. Ya no hay y no habrá nuevos genios como Miguel Ángel y Rafael, pero podemos conservar el patrimonio con una creatividad e inteligencia no inferiores». La piel de la joya renacentista necesita unos 'liftings' periódicos, una limpieza del polvo acumulado para que brille con todo su esplendor. Y Paolucci sólo quiere los instrumentos para realizarlos.