El actual duque de Alburquerque visitó la exposición organizada en San Fernando. :: C. CHERBUY
bicentenario

Llegaron sin las botas puestas

La entrada de los hombres de Alburquerque, tras una marcha contra el reloj, fue el capítulo más cinematográfico de la historia de Cádiz; De la Cueva murió en Londres un año después de su hazaña, sin que Cádiz le pagara esa enorme deuda

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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No hay un episodio más cinematográfico en la España de principios del siglo XIX que la llegada del duque de Alburquerque a San Fernando. Aquellos 8.000 hombres (10.000, según otras fuentes) representaron como nadie la épica de una ciudad que resistió el asedio de todo un ejército. Es el clásico argumento de un western: un fuerte en medio de territorio de los indios que aguanta hasta la llegada de los suyos. Aunque estos entraran a la Isla sin zapatos, agotados y a punto de morir de hambre y cansancio.

José María de la Cueva y de la Cerda, el duque de Alburquerque, es hoy un héroe casi olvidado. En el Museo de las Cortes apenas queda un par de condecoraciones que llevan su nombre e imagen. No existen retratos, a excepción del que le representa -junto a otros personajes de la época- en el cuadro sobre el Alistamiento de Voluntarios, obra de Ramón Rodríguez Barcaza, que se conserva en el Museo de Cádiz.

Para entender la hazaña de este hombre, que entonces contaba sólo con 35 años, hay que figurarse el momento que se vivía en España hace 200 años. El avance de los franceses era imparable. La desolación y el pánico cundió entre la población gaditana, a donde habían venido a refugiarse, en retirada, muchos españoles que no querían someterse a Napoleón. Basta con recordar las palabras que Gaspar Melchor de Jovellanos le dirigía por carta a su amigo Lord Holland desde Cádiz: «Creo que el ejército inglés nos va a dejar y ya prevemos que el movimiento a la orilla izquierda del Tajo era un preparativo para la retirada. ¡Pobre nación abandonada a sí misma y además, escarnecida hasta de sus amigos! (.)»

El duque se encontraba peleando en Extremadura cuando tiene noticias del paso de los franceses por Sierra Morena. Se da cuenta de que la única posibilidad que tiene España es correr hacia Cádiz y defender el último bastión de su país. El general conocía la capacidad defensiva del puerto gaditano y estaba seguro de que, entre sus hombres y los barcos españoles, podían repeler los ataques de los de Napoleón.

Sin descanso

Emprende entonces una marcha vertiginosa, acortando los descansos de los soldados y sus caballos, redoblando los esfuerzos, con la mente puesta en ese único objetivo: llegar a Cádiz antes que el Mariscal Víctor. Un corneta se adelanta a la columna y anuncia la llegada de la tropa. Los gaditanos viven angustiados los últimos kilómetros del recorrido. Pese al aspecto de estos soldados, con el rostro desencajado (así lo describe el que fuera alcalde, Adolfo de Castro), La Isla y Cádiz celebraron su llegada como si fuera la de un mesías y sus discípulos. Al día siguiente los franceses llegan a Sancti Petri y comienza el asedio y la defensa de la ciudad.

Se consolidaba así la leyenda de un héroe en España, donde durante siglos el Ejército no anduvo sobrado de talento. Nuestros aliados en la lucha contra los franceses, los ingleses, tenían una pésima imagen de los militares españoles y no andaban muy descaminados. Pensaban que eran cobardes, perezosos, desorganizados y carentes de formación y disciplina. Cuando la Regencia le pregunta al General Blake, Jefe del Estado Mayor de la Defensa, el por qué de tantas derrotas, éste exhibe una teoría que merecería haber formado parte del repertorio del humorista Miguel Gila: esperar a que Napoleón falleciera por causas naturales, lo que podría tardar décadas.

No es de extrañar que la fama de valiente de De la Cueva se extendiera por la ciudad. Pese a ello, la Junta de Cádiz (una especie de gobierno local formada por comerciantes gaditanos) no se llevaba bien con el joven militar. El duque era valiente sí, pero también (según recoge García León en su libro 'En torno a las Cortes de Cádiz') altanero y les consideraba poco más que unos mercaderes. La Regencia interviene y decide mandar al duque a una misión a Inglaterra, tan sólo un mes después de su llegada a Cádiz. Desde allí, profundamente dolido, escribe un manifiesto en el que acusa a los comerciantes gaditanos de querer controlar las arcas públicas para recuperar lo invertido en la defensa de la ciudad y de tener a sus hombres con harapos mientras se reservaban 700 piezas de paño para negociar con ellas.

Fiebre y delirio

Varios diputados comienzan a pedir su regreso a Cádiz para combatir contra los franceses. De la Cueva estaba de acuerdo, pero la fuerte depresión que padecía, unida a unas fiebres, acabaron con su vida. Murió en Londres el 18 de febrero de 1811, antes de cumplir los 36 años. Su funeral, al que acudieron personalidades inglesas, se celebró en la abadía de Westminster. Más tarde sus restos fueron trasladados a Cádiz, donde recibieron sepultura en la iglesia del Carmen. El duque no dejó descendencia legítima pero sí una hija de una relación extramatrimonial. La línea del duquesado se extingue y tras varios pleitos, en 1830 se decide que pase a la familia Osorio, donde se mantiene desde entonces.

Precisamente, el actual duque de Alburquerque, Joannes Osorio y Bertrán de Lis, acudió el pasado mes de febrero a la inauguración de la exposición temática sobre la hazaña de su 'predecesor', en el Centro de Congresos de San Fernando. Estuvo observando las maquetas y firmó sobre el documento hallado por la Guardia Salinera en el que éste acusa a la Junta de Cádiz de codicia. El duque cree que es hora de recuperar la figura de De la Cueva, que su larga marcha contra reloj para salvar a la ciudad y a todo un país merece tener un mejor lugar en la Historia y que la fortificación desde la que el general defendió las tierras gaditanas no debe enterrarse. Dos siglos más tarde, el general continúa en su laberinto de olvido.