El de La Puebla derrocha toda su clase y maestría. :: EFE
Sociedad

Caligrafía perezosa de Morante

Toreo dibujado pero frío con un toro bondadoso, en una corrida manejable de Vellosino en la que cumplió Leandro, sustituto de Cayetano

PALENCIA. Actualizado: Guardar
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Se jugó una corrida bien hecha y muy buenecita de Vellosino, la que fue ganadería del difunto Manuel San Román. Encaste Domecq vía Antonio Arribas, que da hechuras y bondad. No necesariamente bravura. El primero de los seis fue lo que los clásicos llamaban una hermanita de la caridad, pero la embestida, cada vez más mortecina fue degenerando en lo que los neoclásicos llamaron borreguería. A Morante, calmoso en lances y muletazos caligráficos, se le durmió el brazo de tanto acompañar los viajes como si tirara de un dogal y no de un toro. Un largo y firme trasteo castigando a modo por el bombo de la banda. Muy enojoso el remate: cinco pinchazos sin pasar, un descabello. Casi un cuarto de hora. El presidente perdonó el segundo aviso.

El segundo, brocho y guapo, cuajadito, fue todavía más dulce que el primero. La embestida de babosa parecía la del carretón. Sólo que el toro empezó a abrirse poco a poco y, como suele suceder en esos casos, se acabó yendo de la muleta. Torito rajado. Leandro hizo ejercicios de caligrafía parecidos a los de Morante en el turno previo, pero con otra decisión. Más rápida. Morante había estado pisando huevos, como quien dice. Leandro los quiso cascar. Y por eso se fue el toro. El ritmo de la faena tuvo su discreto encanto. Pero pecó por exceso. Media, tres descabellos, un aviso con retraso.

Salió el torero del país, Carlos Doyague: ni el genio de Marcos de Celis -torero de culto y leyenda que trascendió-, ni el temple de El Regio, ni las ganas de El Millonario. Otra cosa: menos genio, menos temple, menos ambición. El tercero de Vellosino, colín, salió al galope y con ganas de moverse. Y se movió. No lo vio claro Doyague. Se arrancó la banda con uno de esos pasodobles que parecen rescatados de partituras perdidas o desechadas de Chapí. Doyague mantuvo y guardó las distancias y las apariencias. Todo por fuera, justito asiento. Loable brevedad.

Los tres toros de la segunda parte estaban mejor armados que los de la primera. Al cuarto lo estrellaron de salida contra un burladero. Del remate en tablas salió peor librado el burladero que el toro. Un boquete de teatro. Morante lo dejó lidiar y picar por libre pero abrochó unos lances desganados con media verónica dibujadísima. Fue, luego, una faena de acompañar y no de traer o llevar, al aire del toro, que se dejaba sin emplearse ni crear un solo problema. Un azote o parche de Morante para espolear al toro cuando se desinfló y quiso rajarse. Una aparatosa trinchera dentro del curso de caligrafía. Media tendida.

El quinto fue el de peor nota. Cobró dos varas, que son muchas en esta tierra de pan. Pudo la querencia de toriles, adonde dirigió el toro las intenciones. En ese terreno trató Leandro de pasarlo sin contrariarlo ni forzarlo. La cara arriba, el toro se puso a probar antes de pararse. Un pinchazo, un feo metisaca en los blandos. Para despejar cualquier duda, el sexto fue el toro de más corazón de la corrida. El de más temperamento y potencia. De porte fino, largo. Así que Doyague tuvo que brindar a los paisanos. Fue una prueba. Encogido por la mano izquierda, el toro se empleó por la diestra, pero tenía que ir sometido y, si no, ganaba la baza.

Eso pasó: por no tocar ni poderle, Doyague se vio sorprendido en cuanto hubo que jugar la partida. Una estocada atravesada.