Púdrete y resucita
Actualizado: GuardarTú, que predicas engreídamente cual célebre maestro de ciencias ocultas. Tú, que presumes de lo que tanto careces, que alzas la voz grotescamente para creer llevar la eterna razón, pues sólo balbuceas y jamás escuchas. Tú, que ignoras el sonido del silencio y sus entresijos. Tú, que llenas tu vacía vida con las desgracias ajenas, y con ellas alegras tu honda desdicha. Tú, que escondes inútilmente la envidia, esa que te corroe y te corrompe, con austeras máscaras en tu rostro, que sonríes cuando te apenas, que hablas por detrás lo que callas por delante. Tú, que te alimentas cual garrapata perruna de la sangre de los nobles e inocentes de corazón. Tú, Judas de la triste vida, que careces de bondad y humildad, que muerdes como un perro rabioso al arrepentimiento y escupes tu culpa como mecanismo de defensa. Tú, que no temes jurar por los tuyos, sin temor a las causa, para salvar tu prosaica moral de bruja.
Tú que presumes ordinaria de tu ajada piel blancurrienta, con tus arrugas curtidas en las mil batallas a las que te sometes con la valentía que da la ignorancia. Piensa por sólo una vez, que son muchas las veces en las cuales el sonido del silencio es más interesante que tu estridente voz de ganadera. Piensa que reconocer los errores es el inicio de la verdad, y que nadie sino tú, tiene la culpa de tu rabioso estado natural.
Basta de culpar a los demás para no aceptar tu prosaica mente enferma. Basta de envenenar a la sangre de tu sangre y de ensalzar tus vergüenzas... mártir de la nada. Basta de ese orgullo, propiedad de los cobardes. Sométete a tu lasciva lengua y arráncate el veneno para nacer con otro espíritu. Muda tu piel de cotilla tras las esquinas y arrástrate por la humillación y el arrepentimiento hasta que no quede un atisbo de odio en tu ser. Apiádate de ti y reza por tu salvación. Púdrete y resucita.