Iván Fandiño es corneado en el muslo por su segundo enemigo de la tarde. :: ALFREDO ALDAI/EFE
Sociedad

Casi una matanza

El sexto toro del Puerto cornea a Iván Fandiño y a su peón Mario Romero en un tarde en la que brilla Ponce

BILBAO. Actualizado: Guardar
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El toro de menos volumen pero no menos cara de la corrida del Puerto de San Lorenzo fue el último. Cornipaso: más larga la cuerda de pitón a pitón que el ancho propio del toro. Se vivieron con él momentos durísimos. Fandiño se fue a esperarlo a porta gayola y se hincó de rodillas en la primera raya. El toro salió frío, distraído y tal vez deslumbrado, se fue al paso al cite y a Fandiño le costó volar de rodillas una larga cambiada porque el toro apenas hizo por el engaño.

Antes de cumplirse el lance se revolvió el toro y Fandiño tuvo que salir casi por pies y mal arropado en el capote. En el burladero a la puerta de toriles estaban dos banderilleros. El tercero de la cuadrilla, Mario Romero, salió a tiempo para quitar y cortar al toro cuando hacía hilo con Fandiño, pero no acertó a meterse a tiempo en la tronera. En la boca misma le pegó el toro dos cornadas secas y certeras. No le dio tiempo a Romero ni a meterse en el callejón por su pie. Se lo llevaron a la enfermería.

Mientras bregaba en banderillas con el toro Roberto Jarocho, valioso y valeroso peón de brega, llegó la noticia de que Romero estaba herido de gravedad: dos cornadas en el muslo. Por una de ellas sangraba abundantemente. El toro resultó el más avieso de todos los vistos en Bilbao a lo largo de la semana: se escupió del caballo de pica, se quería huir sin fijarse. Jarocho logró sujetarlo con buenos capotazos. Procedía abreviar, pero Fandiño decidió ponerse, citar y estirarse como si el toro no estuviera pregonado. Dos veces, y en dos viajes por la mano derecha, el toro le buscó a Fandiño el vientre, las piernas y el brazo, como si quisiera desarmarlo. El tercer aviso del toro se resolvió con una cogida ya cantada: una voltereta formidable, el pitón se metió entre la banda y la costura de la taleguilla y, se supo luego, le atravesó la pierna al torero de Orduña. En la enfermería ya estaba siendo intervenido su tercero.

La gente, con el corazón en un puño porque los dos percances dieron impresión de ser graves. Nadie recordaba que un mismo toro hubiera herido en Bilbao a dos toreros . Ponce salió a terminar y abreviar. Lo hizo con un breve macheteo de calidad. Estuvo rápido con la espada.

La corrida había empezado con el pie izquierdo. Poco después del sorteo de mediodía, Miguel Ángel Perera se cayó del cartel por fuerza mayor. Con dolores agudos en la columna, resentido de un percance sufrido en San Sebastián la pasada semana, Perera tuvo que ser atendido de urgencia. En el reconocimiento se detectó el aplastamiento de una vértebra. Se prescribió reposo absoluto. A la hora de comer Perera supo que tenía que cortar temporada. Diego Urdiales estaba en su casa de Arnedo cuando a las tres de la tarde le llamaron para venir a Bilbao a sustituir a Perera. Con sólo un banderillero y casi a la hora del paseo.

La corrida, de desiguales hechuras y regular condición, trajo un toro de gran estilo, noble, pronto y alegre: el cuarto. Ponce se templó con él en una faena segura, sencilla y templada, bien ligada por la mano derecha pero no por la izquierda, adornada con una deslumbrante tanda de tres circulares empalmados con uno de pecho, salpicada de gestos y paseos y, por tanto, con su teatralidad. El postre fueron cinco por abajo genuflexos de mayor cuantía. Pero a Ponce le costó igualar, se pasó de tiempo perdonaron un aviso y la espada entró desprendida y caería ladeada porque el toro tardó en doblar. Se pidió una segunda oreja.

Hubo dos toros, tercero y quinto, de traza monstruosa: por lo grandes. El tercero, andarín y mirón, incierto, probón y reservón, hizo sufrir a Fandiño. Con el quinto, y en una especie de combate entre hombre y bestia, Urdiales se jugó tan ricamente el tipo. Sin pestañear.

Protagonista de un quite providencial fue un mozo de espadas llamado Lucio. Caballeroso y educado, estaba trabajando de ayuda de Ponce en la corrida cuando el primero de la tarde hizo a la salida de un par de banderillas por el tercero de la cuadrilla, el menor de los hermanos Tejero, José María, que perdió pie y cayó inerme casi bajo el estribo. Cuando el toro iba a hacer presa con él, Lucio sacó medio capote por encima de la barrera y evitó la cornada fatal.