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JUNTOS Y REVUELTOS

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El secretario del Consejo Pontificio para las Migraciones, el arzobispo Marchetto, debe de estar hasta el solideo de trabajo. La palabra solideo proviene del latín y alude a que solo ante Dios pueden quitarse los sacerdotes ese pequeño tocado. También habría que descubrirse ante la ONU, que después de calificar de genocidio las matanzas de hutus en Congo, critica a Sarkozy por la expulsión de gitanos de Francia. El Vaticano ha acertado a llamarlas por su nombre y las denomina «holocausto». Ninguna etnia ha sido históricamente más perseguida, casi siempre con la excusa de que suponen un peligro social. En España se les admite en las épocas más tolerantes si se dedican al cante o al toreo, o sea, gracias a la seguiriya y la media verónica. Por lo demás, la mayoría de las personas establecidas considera que deben seguir esquilando borricos al compás de los panderos. Cuando llegan los tiempos malos se convierten en proscritos. Recuerdo aquella fase de notable influencia germánica donde se les describía indiscriminadamente como una «subraza de verdinegro cobre venenoso». La influencia del conde Gobineau, que creía a pies juntillas en las diferencias étnicas, era patente. Lástima que no creyera con parecida intensidad en el ser humano.

Les están echando de sus asentamientos, de sus tradiciones, de sus costumbres. Pero no es cierto que sean apátridas. Los romaníes encuentran su patria allá donde llegan o llegaron sus mayores y «no se puede culpar a una población entera por las violaciones a la ley cometidas por algunos». Para no respetar la dignidad de las personas no hay argumento mejor que no considerarles personas. Se está expulsando además, no solo juntos, sino revueltos y nada importa lo que son, ni lo que han llegado a ser individualmente, sino que son gitanos. Es lo único que cuenta. Lo grave es que un 53% de los franceses opina que Sarkozy está haciendo muy bien y eso en democracia garantiza el éxito electoral.