
La agonía de El Vaporcito
La emblemática embarcación lucha por seguir a flote con escasos beneficios El catamarán de la Bahía se ha convertido en un duro competidor para el 'Adriano Tercero', que reduce el número de pasajeros cada año
Actualizado: GuardarEl suave balanceo hacia la desembocadura del Guadalete crece por momentos y Guillermo pierde el equilibrio. «¡Agárrate bien!». Rosario, su abuela, ya es toda una experta en estas lides, pero el niño no resiste la tentación de asomarse al agua justo cuando un nuevo cimbreo le salpica en la cara. Su sonrisa de satisfacción se encuentra con las risas de todos los pasajeros que, esta mañana, se dirigen a Cádiz en El Vaporcito. Muchos, como Alberto y Rocío, se lo toman como un auténtico rito. «Somos de Madrid y veraneamos en El Puerto. Todos los años quedamos para comer con unos amigos en Cádiz y venimos en El Vapor». Para otros, como Guille, es la primera vez. «He querido que lo conociera, porque tiene mucho encanto. Y el catamarán no es lo mismo... no se puede mover tanto como aquí».
Pasa la una del mediodía y el calor no da tregua ni a un metro del agua. El Vaporcito, lustroso y coqueto, acaba de salir de su terminal junto a la plaza de las Galeras y se dirige audaz hacia el puerto de Cádiz. Un nutrido pasaje, desde familias y grupos de amigos hasta excursiones de personas discapacitadas, copan sus asientos y se acomodan en cubierta.
Es un poético viaje con el que muchos sueñan durante todo el año. Pero la narración en prosa arroja una realidad bien distinta: «Los beneficios son mínimos. Estamos cubriendo gastos. Aguantamos para que no se pierda la tradición», explica Andrés Pérez Valimaña, la tercera generación de la familia que fundó El Vaporcito de El Puerto, que lo reivindica como algo más que un medio de transporte, sino uno de los iconos más importantes de la ciudad, además de una seña de identidad muy arraigada entre los portuenses y los visitantes.
Toda una institución cuya historia se remonta al 1929 y que lleva varios años en peligro por su escasa rentabilidad y por la fuerte competencia del catamarán del Consorcio de Transportes de la Bahía de Cádiz y de otras empresas privadas con embarcaciones turísticas que ofrecen el mismo servicio.
«Hace treinta años que el Vapor no es lo que era; amén de que antes todo el mundo tenía que usarlo para ir a Cádiz por temas de papeleo, al médico...», recuerda Pérez Valimaña.«Ahora hay más alternativas, son otros tiempos, y nosotros no podemos competir».
La realidad cambia y unos céntimos de menos se convierten en una fuerte marea complicada de navegar. El viaje en El Vapor cuesta tres euros por persona si es sólo ida. Y cinco para ida y vuelta. El catamarán cuesta 2,15 y el doble para los dos viajes. Una escasa diferencia que, no obstante, inclina para algunos la balanza del lado más moderno. Y más aún en tiempos de crisis.
El turismo, la única salvación
Así las cosas, el turismo se perfila como la única tabla de salvación de la emblemática embarcación. Pero este verano ha descendido el número de usuarios con respecto al año pasado. También el dragado del Guadalete a cargo de la Autoridad Portuaria ha interrumpido durante varios días la actividad del 'Adriano Tercero' que se ha quedado amarrado en la Bajamar con el consecuente perjuicio para su cuentas.
Por el momento, la agonía de El Vapor no tiene visos de acabar en desaparición, sino más bien de prolongarse. Un mal menor que tampoco consuela a Valimaña. «Afortunadamente mantenemos los convenios con los dos ayuntamientos, el de Cádiz y el de El Puerto, a los que estamos muy agradecidos. Son contraprestaciones que nos hacen por una serie de trabajos. Pero esa no es la solución».
A juicio de su dueño, el 'Adriano Tercero', que conserva la misma estética de hace casi un siglo, debería gozar de una mayor consideración por parte de las administraciones públicas. «¿Por qué no lo nombran Bien de Interés Cultural como la Plaza de Toros o la Iglesia Mayor Prioral de la ciudad?». Las condiciones en que se encuentra la terminal de pasajeros de la avenida de la Bajamar es otro de los caballos de batalla de Valimaña: «No se puede tener a la gente esperando a pleno sol, sin un lugar donde resguardarse del frío o la lluvia o poder tomar algo. Es muy precario y muy incómodo para el turista». Otra gran desventaja es la carencia de servicios esenciales, como la luz y el agua, con los que no cuenta la terminal de El Vaporcito, un emblema del que muchos ya apenas se acuerdan, si no es en una copla de Carnaval.