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Soñar el Universo

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Les invito a soñar. Los científicos que observan el universo han detectado la luz procedente de la explosión de una estrella más grande que nuestro sol, que ha tardado trece mil millones de años en llegar a nuestra galaxia viajando a 300.000 kilómetros por segundo. Sé, como todo el mundo, que el tamaño del Universo es inabarcable, inconcebible. Es un concepto que nos inculcan en la escuela, pero en el que raramente se piensa. Así que parémonos un momento para tratar de comprender e imaginar lo que estas cifras representan. Si lo hacen, comenzarán a sentir algo parecido a una humillación, la de ser tan insignificantemente pequeños en un universo cuyo tamaño no nos es posible siquiera imaginar. Los mundos descubiertos que giran alrededor de estrellas similares a nuestro sol en lejanas galaxias son ya más de cuatrocientos, y no hemos hecho más que empezar a explorarlos. Queda ya lejos en el tiempo la humillación que Copérnico infringió a aquellos clérigos que consideraban la tierra el centro del universo y que estaban dispuestos a convencer a los que cuestionaran aquella verdad divina con sutiles argumentos teológicos mientras iban quemándolos en la hoguera.

Tampoco es frecuente que pensemos en que nuestro planeta, aparte de girar lentamente sobre su eje y alrededor del sol, viaja en el espacio a una velocidad tremenda que no percibimos porque es toda la galaxia la que lo hace dentro del famoso Big Bang con el que el universo se expande. ¿Hasta cuándo, desde cuándo, qué había antes, de donde salió la energía primigenia?

Para responder a preguntas como éstas, además de creencias religiosas, se han formulado conceptos científicos que están más cerca de la metafísica que de la física, comenzando por el propio Big Bang. Decimos que el universo es infinito y nos quedamos tan panchos, sobre todo escribiendo su símbolo matemático. Pero lo infinito es irracional y por tanto inconcebible, abstracto e irreal. No es más que una argucia para no asumir la incapacidad del hombre para entender y concebir el universo del que forma parte.

En el extremo contrario, en la física de las partículas subatómicas nos pasa lo mismo, con el agravante de que nuestros sentidos limitan el conocimiento de su verdadera naturaleza y conducta, como enuncia el principio de indeterminación de Heisemberg.

Por eso hay «noches como ésta» que cantaba Neruda, en que frente al inmenso espectáculo de una luna que parece estar al alcance de nuestra mano, cuyo luminoso halo oculta parcialmente el bosque de estrellas «que titilan a lo lejos», una extraña paz inunda al que acepta la humildad, fragilidad y fugacidad de nuestra orgullosa y fatua especie frente a lo desconocido e inconmensurable del Universo, rendido ante el esplendor de su belleza. A falta de respuestas, nos queda la poesía.