Y FUERA

EL CALOR DE LOS CICLISTAS

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Cuatro de la tarde. Francia. Los Pirineos. Cientos de ciclistas. El Tour. El sol. La carretera se empina obligando a los deportistas a realizar un esfuerzo sobrehumano ante un más que evidente calor abrasador y una tremenda masa de aficionados que se aprieta al paso del enfilado pelotón para dejar un estrecho desfiladero por el que los ciclistas escalan a más de mil metros de altitud. Falta el oxígeno, llueve el sudor y duelen las piernas. ¿Acaso alguna federación se ha planteado cambiar el horario de las tres pruebas más importantes del calendario ciclista -Tour, Vuelta o Giro-? La respuesta es evidente por más que la prueba española arranque, de manera puntual, esta noche con un idílico paseo nocturno por Sevilla. No, nadie concibe este deporte a otro horario por más que sea sofocante el calor que hace en Francia en pleno julio.

Ojo, y con esto no quiero posicionarme en contra del cambio de horario que se ha producido en los partidos Betis-Granada y Xerez-Cartagena. Evidentemente, me parece lo más lógico, pero sí que aprovecho la coyuntura para poner de relieve el esfuerzo titánico que se ven obligados a realizar unos ciclistas que, además, tienen que soportar las constantes sospechas de dopaje. ¿Acaso los ciclistas no tienen calor? La respuesta se encuentra en brazos, rostros y piernas abrasadas justo hasta donde el maillot deja llegar los rayos del astro rey.

A diferencia de los futbolistas profesionales (que cobran más y sufren menos), los ciclistas apenas tienen opción al pataleo. Sólo les queda pedalear y soportar que en muchas ocasiones les griten por la carretera cosas como «¡drogatas!» o «¡yonquis!».

Silencio señores. Por favor cállense y disfruten del deporte en estado puro haga calor, llueva o se esté acabando el mundo.