Arquitecturas efímeras
Actualizado: GuardarLas construcciones de arena en las playas llevan siempre en su naturaleza mucho de utópico y de efímero. Tan pronto los humildes instrumentos de plástico en las manos de niños y no tan niños hieren el sereno estar de la arena, la tarea emprendida se lanza a la búsqueda de paisajes imposibles. Nuestra imaginación, acostumbrada a la monotonía del urbanismo circundante, parece como si buscara evadirse hacia geografías extrañas, y allá que nos vemos con nuestros hijos proyectando extensiones imaginadas, en las que raros y caprichosos castillos desafían el inevitable fluir de las mareas, en sus pleamares y bajamares. Fosos circundantes que atraparán tarde o temprano la voracidad del agua, torres desafiantes con precarias almenas que nacen a la vida ya derruidas o semiderruidas por la poca pericia del hacedor, caminos entre muros de formas imposibles y decoraciones caprichosas van abriéndose camino entre el laboreo de nuestras manos y el sudor de nuestra frente. Improvisados arquitectos de mundos precarios, el sudor de nuestra frente no merma la tarea, mientras con orgullo mal disimulado vamos gestando un decorado mágico e irreal, en un mundo que parece salido de un decorado de 'El Señor de los Anillos'. Un mundo de montañas inescalables, llenas de aristas y picos, de formas caprichosas, nido y cuna de orcos y criaturas extrañas, guerreros despiadados a los que vencer para instaurar una soberanía de paz y justicia. Más no elevamos nuestra obra para luchas con hombres o criaturas, sino con el más despiadado de los elementos. Por un momento, soñamos parar el mar con nuestra arena amontonada, y gritamos de emoción ante la contención de las primeras embestidas. Como héroes juramentados ante la batalla perdida, nuevos émulos de la tragedia antigua, sucumbimos al esfuerzo cuando lo inevitable de la naturaleza marina arrasa nuestra obra. En la arena mojada, los siniestros restos del temporal, de la marea implacable que va dejando por donde pasa una huella de destrucción. Pasado el tiempo, cuando algún día de invierno volvamos a aquella playa, buscaremos el escenario de la tragedia, y un sabor a sal asomará a nuestros labios, como una efímera cicatriz que señala el eterno retorno de las estaciones.