Zapatero en agosto
«Con esta pretemporada que está haciendo el Gobierno, los augurios para la gestión pública en unos meses de máxima dificultad política y económica son más que preocupantes para todos»
Actualizado: GuardarComo dictan los manuales no escritos, el Partido Socialista intenta convertir en un virtuoso ejercicio de democracia interna la fallida ejecución sumaria de su secretario general en Madrid, Tomás Gómez, dispuesta por Rodríguez Zapatero para dar paso a Trinidad Jiménez a la candidatura autonómica madrileña. Para sacar del terreno de juego a Gómez, Zapatero se lanzó, con la frialdad que le caracteriza, a una descalificación pública, inequívoca y políticamente humillante del hombre que él mismo promovió para dirigir a los socialistas madrileños, un colectivo, según parece, nada fácil de pastorear.
Éste, con ser muy visible, no ha sido más que el primero de los pasos en falso dados por el presidente del Gobierno en un mes que ha querido presentar como de trabajo continuado y que, sin embargo, ha mostrado al improvisador de siempre, al peligroso y acreditado enredador, al populista temporalmente reprimido por la crisis a la búsqueda de cualquier rendija que ofrezca la realidad para manifestarse.
Zapatero fue a despachar con el rey a Mallorca y en la rueda de prensa posterior le faltó tiempo para anunciar «buenas noticias» a las constructoras en forma de una revisión del tajo a los proyectos de infraestructuras que unos días antes había defendido el ministro de Fomento exhibiéndolo como la prueba de responsabilidad del Gobierno. Según Zapatero, el alivio de la presión de los mercados sobre la deuda española empezaba a permitir algunas alegrías. Sin embargo, nada más conocerse el anuncio del presidente del Gobierno, el diferencial de la deuda española se volvía a disparar. Con esta reacción, los mercados -de los que el Gobierno tan pronto denuesta como exhibe a modo de prueba de sus aciertos según cotice la deuda nacional- desmentían de nuevo a Zapatero y confirmaban tanto la precaria credibilidad que suscita el Gobierno como la estrecha vigilancia a que están sometidas las finanzas públicas de nuestro país.
Todo indica que también en ese despacho, el presidente del Gobierno pidió del Rey una gestión ante el monarca marroquí Mohamed VI para solucionar la crisis en la frontera con Melilla. No debería haber ninguna duda de que el Rey actuó en términos constitucionalmente impecables porque resulta inimaginable que una iniciativa de esa naturaleza se lleve a cabo si no es a instancia del presidente del Gobierno. Pues bien, Zapatero no sólo ha colocado a la Jefatura del Estado en una incómoda posición al no explicitar su refrendo a la gestión real ante Mohamed VI sino que ha malbaratado un valiosísimo activo en política exterior, como es la influencia y la capacidad de interlocución del rey don Juan Carlos, más aún en el caso de Marruecos ante una crisis a la que el monarca vecino parece que quiere darle un largo recorrido.
En este agosto de rumbo presidencial tan desnortado, se han vuelto a echar en falta las vacaciones que Zapatero no se ha tomado, cuando se supo que el presidente del Gobierno había citado a las grandes constructoras -también aquí oscilando entre la abominación del ladrillo y la burbuja y el mimo de Moncloa- para hablar de las buenas noticias que les había anunciado en Mallorca. Horas antes de la reunión se informó de su cancelación, según algún medio por «exceso de visibilidad», curiosa explicación días después de que el Consejo de Ministros aprobara el llamado proyecto de ley de transparencia en la Administración.
Tal vez, el motivo de la suspensión de esta cumbre con los grandes constructores radique en la necesidad de que se afine la coordinación entre los diversos anuncios gubernamentales. Porque no queda bien que mientras el presidente del Gobierno, anuncia «buenas noticias» a las constructoras, el ministro de Fomento sugiera subidas de impuestos. No, no queda bien ni siquiera cuando la subida de impuestos -otra más en los últimos meses- se pretende adobar con dos falsedades que José Blanco reitera hasta el límite de la patraña: una, la supuesta desviación de la imposición española respecto a los países de la Unión Europea -¿de todos, de algunos, de cuáles?- y otra, que sólo serán 'los ricos' los que pagarán más. Para que esta falsedad no decaiga, el pasado miércoles recibía el tributo de la vicepresidenta económica quien, al tiempo que parecía contradecir a Blanco descartando subidas de impuestos, admitía la posibilidad de algún ajuste -ni que decir tiene que sobre 'los ricos'- «para contribuir a la equidad».
Con esta pretemporada que está haciendo el Gobierno, los augurios para la gestión pública en unos meses de máxima dificultad política y económica son más que preocupantes para todos. Las cosas siguen sin mostrar una mejora mínimamente convincente. Y lo que espera a la vuelta de agosto es un escenario en el que la volatilidad del liderazgo de Zapatero y su concepción maniobrera de la política van a encontrar condiciones óptimas para desplegarse. Driblar los efectos de la huelga general, negociar los presupuestos generales, pertrechar a las autonomías y a los ayuntamientos socialistas ante una perspectiva electoral muy complicada, pasar la prueba de Cataluña conforman una agenda política que han de afrontar un presidente y un gobierno que dejados a su aire, sin el ultimátum europeo, habrían dejado caer al país en una situación inimaginable. Con una recuperación que no se deja ver, creer que este Gobierno puede mantener la dirección del país hasta el 2012 no es un acto de fe sino un temerario desafío a la experiencia.