Opinion

Trágico rescate

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La autoridad, necesariamente política, que autorizó a un comando policial a liquidar por la fuerza el episodio de los rehenes retenidos en Manila, solo merece una condena sin paliativos. El secuestrador - un ex policía expulsado del cuerpo y en procura de su rehabilitación - estaba armado con un rifle de asalto M-16 y, obviamente, sabía como usarlo. Con él murieron nueve inocentes turistas en el autobús que sirvió de escenario a este drama. El principio de autoridad, si es legítima, debe ser mantenido, pero el procedimiento utilizado ha de guardar la debida proporción con el fin que se persigue y evitar cuidadosamente que suceda lo que sucedió en Manila el domingo, un ejemplo trágico de cómo se puede arreglar un problema creando otro mucho mayor. Pretender que una negociación de doce horas sin éxito justifica el asalto al vehículo es un argumento insostenible: un cerco en toda regla, con asistencia de psicólogos, un argumentario inteligente y, sobre todo, grandes dosis de paciencia eran la fórmula. Todo menos entrar a tiros y chapuceramente. La policía filipina, que no es un modelo en su género, como se demostró en la última campaña electoral, no tiene excusa, ni siquiera la de obedecer órdenes descabelladas.