
Una corrida deslucida e inmensa
Sólo el sexto de Fuente Ymbro sacó estilo y clase de toro entregado. Cuatro toros mole que no se emplearon apenas
BILBAO. Actualizado: GuardarEl primer toro de Fuente Ymbro, de percha y caja muy generosas, acodado y astifino, escarbó antes y después de varas, no se empleó ni en varas ni después tampoco y, tardo y frenado, como si se echara para atrás y no adelante, parecía el toro de la merienda: que había venido a Bilbao a merendar. Con su capote de apenas vuelo, como un abanico, El Fandi lo engañó sin trampa, se adornó con una revolera, prendió tres pares de banderillas y dispuso del toro hasta que el toro se paró del todo, que fue en la primera estación. Un pinchazo, media soltando el engaño y un descabello.
Ese mórbido y perezoso aire del toro de apertura no fue un accidente. Sino el espíritu de casi la corrida entera, que fue, en porte y cuajo, de abrumadora abundancia. No es que las carnes fueran impedimento. El último de los seis dio en báscula 602 kilos, y se le veían todos sin sobrarle ni uno. Pese a ser el campeón de los pesos pesados de cuanto va de semana, ese último fue la excepción a la regla. La regla de la corrida fue no embestir; pensárselo pero no del todo ni con segundas intenciones, echar al salto las manos por delante en brincos, remolonear, gatear, distraerse, acostarse -que no es lo mismo que echarse, sino vencerse-, no pasar del todo.
En una protesta el segundo de corrida estuvo a punto de pegarle a Joselito Gutiérrez en banderillas una cornada. Fue en el primer par, Joselito se metió por dentro en un exceso de confianza y rigor, clavó los dos palos arriba tras cuadrar en la cara y, al salir de suerte, se vio empitonado por la pernera. Un zigzag de espadachín pegó el toro. Por delante y por detrás le rasgó a Joselito la taleguilla a la altura de la ingle. ¡Qué entereza la de Joselito! No se dio ni por aludido, ni renunció, como pedía el sentido a común, a entrar para clavar el par que cerraba tercio. Arriba los brazos y arriba los palos. Auténtica torería.
Joselito pertenece a esa especie de escuela de banderilleros ecijanos que hace sesenta años puso en órbita un rehiletero fuera de serie: Julio Pérez «Vito». Que no era de Écija, pero fue el peón de confianza de un ilustre toreo ecijano: Jaime Ostos. Joselito es sobrino de otro banderillero ecijano de categoría, el señor Guillermo Gutiérrez Egea, «El Ecijano». Y, en fin, Joselito salió ileso de la cogida, espectacular, y con el cartel fortalecido. De torero bueno. De acero los nervios.
El toro del susto salió, después, de Guisando. De llamativa pesadumbre: frenado, apoyado en las manos, meditabundo y desganadísimo. Perera le anduvo firme y hasta se animó con una tanda en bucle, o de rizos por las dos manos. Pero hubo que tirar con tenazas del toro y ni así. Metido Perera encima del toro. Pero no al revés. Dos pinchazos y una estocada. Se agradeció la entrega del torero, muy suelto de ademanes, valeroso.
El cuarto, las manos por delante, vaguísima embestida, y el quinto, llana papada, dos esdrújulas puntas afiladísimas, la voluntad mínima del ir y venir sin darse, completaron en negativo los lotes de El Fandi y Perera, que habían venido a la guerra y sólo encontraron vacías trincheras. A Perera llegaron a reclamarle que abreviara con el quinto; A El Fandi, que tuvo que meterse en la tronera a la salida de dos pares, y eso es raro de ver, lo desarmó el cuarto en un ataque a la defensiva. En eso consiste protestar. El Fandi tuvo la feliz idea de cortar por lo sano, como pedía el guión. Un pinchazo y una estocada.
Colorado ojo de perdiz, más redondito que sus compañeros de viaje, el tercero, que mugió no poco, tuvo su carboncito. Daniel Luque se compuso en lances vistosos y hasta en un quite por sedicentes chicuelinas de giro lateral. Una faena habilidosa, de saber perder pasos pero no ganarlos, música, un molinete encuadernado, cosas más seguidas que armadas, ninguna redonda.
Media perpendicular, una estocada trasera y un descabello. Y el sexto, que, con todo su tonelaje y su monumental fachada, pareció agua de mayo, cielo abierto y la resurrección de la carne. Como toro de otra corrida y no ésta. Romaneó en la primera vara, y un escultural caballo tordo de la cuadra de Alain Bonijol se meció en el aire como un balancín de muelles, y se fue de la segunda, pero en banderillas ya estaba afinado el son. No un galope porque para tanto no daba el fuelle. Pero fue toro bondadoso y pronto, notable por la fijeza. Pastueños viajes dormidos y descolgados por las dos manos. Le cogió el pulso el joven Luque en una faena que, siendo un cúmulo de cosas y tandas, tuvo muletazos de rico dibujo y enroscaditos para dentro. Un pellizquito de sal, el garbo propio de lo andaluz. Y su ligereza. Música a toda pastilla porque la gente quería fiesta. En los medios la igualada sin necesidad. Pareció disponer el toro que fuera justamente ahí. Dos pinchazos, una entera. Faltó fe para sellar.