Melilla, ciudad fronteriza
Los melillenses y sus vecinos marroquíes son supervivientes de la necesidad recíproca
Actualizado: GuardarMelilla, como Ceuta, es una ciudad fronteriza que vive de ser precisamente la orilla, el borde de un mundo en conexión con otro radicalmente diferente. Es la ósmosis entre ambos lados de esa polémica 'tierra de nadie' colonizada por los marroquíes la que nutre a sus ciudadanos, al tiempo que da de comer a la contigua población marroquí, que tiene a la vista en la ciudad autónoma el espejismo y la tentación de Europa. El reportaje que hoy publica este periódico -'Melilla, la última frontera'- revela con destreza las intensas circulaciones comerciales y humanas que son las venas de un comercio febril, irregular, que alimenta a la vieja plaza de soberanía, a la vez que describe el depauperado 'hinterland' donde el contrabando y el abastecimiento de la ciudad sitiada da discreto sustento a una caterva de porteadores que viven de cruzar la raya. Como Puerto del Este, en Paraguay, encrucijada de tres países; como Tijuana, en México, a la puerta del paraíso; como todas las ciudades fronterizas en las que se experimenta un brutal gradiente de civilización: miseria a un lado, opulencia al otro. Quien contemple y asimile esta realidad, se percatará de que tanto los melillenses, acostumbrados a la dureza de un entorno hostil, como los marroquíes contiguos necesitan a toda costa mantener todos los precarios equilibrios que con el paso del tiempo han ido decantando. El establecido, por ejemplo, entre una policía europea y rigurosa que controla estrictamente la inmigración y una policía africana venal y corrompida que también disfruta el privilegio de la encrucijada. El intercambio y el cruce de demandas son la vida de la comarca que palpita al borde del viejo Mediterráneo, en el antiguo enclave. Los melillenses y sus vecinos marroquíes son, en fin, supervivientes de la necesidad recíproca. Les conviene por tanto que perviva el 'statu quo' y, con escepticismo, contemplan los incidentes fronterizos a sabiendas de que perturban absurdamente sus intereses más concretos. Saben que, fatalmente, después de la tempestad viene la calma y que los partidos se olvidarán pronto, en cuanto ceda la tensión, de que la ciudad luminosa y trasmediterránea acumula doliente siglos de historia entre el abandono y el olvido.