Editorial

Aznar en Melilla

El viaje del ex presidente resalta la inacción del Ejecutivo y de su propio partido

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El ex presidente Aznar quiso ayer reivindicar la posición de firmeza que mantuvo durante sus dos mandatos frente a las marrullerías de Mohamed VI, el Rey de Marruecos, con una visita relámpago a la ciudad de Melilla, asediada en las últimas semanas por grupos 'nacionalistas' que hostigan a la policía española en las fronteras con el argumento inaceptable de que nuestras fuerzas de seguridad son 'racistas' y maltratan a los marroquíes. En la comparecencia ante la prensa junto al presidente de la ciudad autónoma, Imbroda, Aznar fue cauto y claro: no había viajado a Melilla -dijo-para criticar a nadie sino solo para alentar a los ciudadanos y a los miembros de las fuerzas de seguridad que pueden sentirse encajonados entre «el acoso y la dejadez» en vez de sentirse acogidos por una «política de seriedad y decisión». Tras la sorprendente visita, Génova aseguraba que Rajoy apoyaba la iniciativa, pero Dolores de Cospedal, a preguntas de los periodistas y ante las críticas del Gobierno, se cuidaba de explicar que el ministro del Interior fue previamente informado de la visita de González Pons, si bien el partido no se creyó obligado a hacer lo propio antes del viaje del ex presidente en calidad de tal. La irritación del Ejecutivo -Blanco afeó que Aznar realizase el viaje sin comunicárselo al Gobierno y habló de «deslealtad»- es comprensible porque el gesto resaltaba la falta de respuesta de Madrid al hostigamiento de Rabat, pero todo indica que, efectivamente, el viaje relámpago de Aznar no era una iniciativa contra la política gubernamental sino contra la inacción o la falta de énfasis de su propio partido. O, en otras palabras, una admonición a Rajoy por no haber sido él quien viajase a la ciudad autónoma, gobernada por el PP, a manifestar personalmente su apoyo a la ciudadanía y a quienes tienen el honroso deber de custodiarla y defenderla. El episodio de Melilla, que probablemente tenga un trasfondo remoto -todo indica que es la cuestión del Sahara la que preocupa al régimen marroquí-, ha puesto en todo caso de manifiesto una vez más que la política exterior española no es una política de Estado basada en un amplio consenso. Objetivamente, ello debilita el papel internacional de España y dificulta la defensa de nuestros intereses generales.