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Recuerdos desde la 'zona cero'
Concejales, miembros de la Armada y supervivientes de la catástrofe acudieron al acto en la plaza de San Severiano La ciudad homenajea a las víctimas de la explosión de los polvorines en 1947
CÁDIZ. Actualizado: GuardarEl cielo y el suelo se pusieron de acuerdo. Púrpura en el firmamento gaditano y en la tierra ensangrentada de los arrecifes de Extramuros. Rojo de horror y muerte que hablaban de un reloj que se paró para siempre para 149 gaditanos, a las 21.45 de un 18 de agosto de 1947. Para otros, el minutero siguió su curso entre tinieblas y risas enmudecidas por un silencio espeso y macabro. El tiempo corrió para ellos y los encontró ayer, en el mismo sitio, 63 años después. Allí, en la 'zona cero' de la explosión del polvorín de la Armada, hoy convertida en plaza de San Severiano, se encontraron los supervivientes de la tragedia.
Frente al monumento, que recuerda a cada una de las víctimas de una negligencia fatal, se dieron citas los de siempre: Carmen, Juan, Isabel o Ángela. Ellos dieron cuerpo a un silencio nuevo, ya no desde el horror, sino desde el recuerdo. Se miraban unos a otros, como haciendo cuenta mentalmente. Para ver si estaban todos o si ya alguno de los supervivientes ya no contaría nunca más su historia. Quizás por eso, a la mínima pregunta saltaban a narrar su recuerdo mucho antes de que llegaran a la plaza los primeros concejales. Como si lo tuvieran en la punta de la lengua, esperando a ser cuestionados. Testimonios vivos en peligro de extinción y jalonados por el prisma de una memoria infantil.
Porque los que estaban ayer son los niños del 47. A los que la explosión pilló jugando, durmiendo o, simplemente, a la fresca de un día que cambiaría su vida para siempre. Como era el caso de Ángela González. Aquella noche reposaba sus dos años y medio de existencia en una de las camas de la Casa Cuna. De entre los barrotes verdes de aquella cama, retorcidos por los cascotes, la rescató «un consumista del Muelle», del que aún recuerda su cara, un día después de la explosión.
Porque, aunque pueda parecer increíble, González atesora retazos de aquella noche. El cielo estrellado que dejó ver un techo arrancado de cuajo, los llantos o los bomberos «vestidos de una forma muy rara» son algunos de los fantasmas que quedaron para siempre grabados en su mente infantil. Los recuerdos estremecían ayer su cuerpo «como una historia de terror». Una película de miedo que vivió también su madre, que durante un día entero la buscó sin descanso y casi sin esperanzas. Y la encontró «cuando ya casi ni lo esperaba». Por eso, cada 18 de agosto Ángela celebra su cumpleaños «como si hubiera vuelto a nacer».
La madre de Ángela buscó a su hija entre los camiones. Carros de la muerte que viajaban desde lo que eran casas de veraneo sin otro destino que el del cementerio. Aquellos a los que los gaditanos se asomaban no esperando encontrar a su ser querido y que Carmen González recordaba ayer perfectamente: «Metieron a mi prima ahí y la llevaron al cementerio. Pensaban que estaba muerta, pero no».
Cristobalina -así se llamaba la prima de Carmen- corrió la misma suerte que Ángela, pero muchos perecieron aquella calurosa noche de 1947. Por ellos, los concejales Juan Antonio Guerrero, Bruno García, Clara Posada, Evelio Ingunza o Luis Ben se acercaron hasta el monumento de San Severiano ha rendirles un homenaje en forma de ramos y coronas florales. La Armada y las asociaciones de vecinos también se acercaron a un acto que se desarrolló rápidamente. Las autoridades se retiraron y en la plaza quedaron los supervivientes recordando su historia ante cámaras y libretas de notas.
Carmen junto a su marido Juan Cabeza relataba las últimas líneas de su historia. Huyó con su familia a la playa tras derrumbarse la pared de su casa en Extramuros. Tenía 7 años y nunca podrá olvidar aquel ruido ensordecedor que interrumpió sus juegos infantiles. Carmen -como le ocurría ayer a otros tantos- sabe que lo que vivió aquel 1947 ya es parte de la historia negra de Cádiz que desaparecerá de la memoria colectiva cuando ellos se marchen para siempre. Lo tenía claro y así lo hizo ver: «Lo que yo viví no es una anécdota, es una vivencia muy fuerte».