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Desconcierto postmachista

La lucha contra la violencia de género no era una cuestión de tiempo, sino de cultura

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El actual delegado del Gobierno para la violencia de género, Miguel Lorente Acosta, tiene publicado un interesante ensayo con el provocador título 'Mi marido me pega lo normal'. La frase está recogida de la calle, de las consultas médicas donde muchas mujeres llegan avergonzadas con el labio partido, ojos de animal herido y alguna costra de sangre seca entre el cabello sin arreglar. La frase, cortada por exigencias editoriales, terminaba en el lamento: «pero esta vez se ha pasado...». Esa resignación que emana de una enfermiza relación de dominio normalizada por siglos de cultura machista constituye el núcleo de un problema que los socialistas de Zapatero llegaron a pensar en liquidar con unos años de rigor judicial, ayuda social y mensajes igualitarios. Pero la realidad de la calle cinco años después de la entrada en vigor de las medidas penales de la violencia de género es bien distinta. El primer semestre del año quinto después de la Ley Integral se cierra con una espeluznante estadística de 26% más de homicidios machistas. Y todavía no hemos llegado a la segunda quincena de agosto, donde hierve la sangre a pleno sol y las fieras pierden la razón.

El desconcierto cunde en el entorno de la vicepresidenta, María Teresa Fernández de la Vega, gran inspiradora de la ley por convicción y por los jugosos réditos electorales de la propaganda en los caladeros de votos femeninos. El sistema de seguimiento integral de las mujeres amenazadas funciona pero 42 mujeres han sido asesinadas en lo que va de año. Los expertos admiten ahora que el endurecimiento de las penas no sirve porque no disuade, otros apuntan a los jueces como corresponsables porque no colocan las pulseras de control a discreción. El diagnóstico más lúcido, sin embargo, afirma que la lucha contra la violencia machista no era cuestión de tiempo, ni de legislación, sino de cultura.

El desconcierto está abriendo paso a una nueva ola de teorías sociológicas carne de cursos de verano. Como la del 'postmachismo' o la corriente reactiva que trataría de desandar el camino de la igualdad. O el 'accidentalismo', que atribuye el desenlace criminal de la tormenta emocional del homicida exclusivamente a la concurrencia de las drogas, el alcohol o los celos. Pero ya hace años el magistrado del Tribunal Supremo Manuel Marchena en un artículo publicado en el 'Noticiero de las Ideas', apuntó los graves riesgos de una excesiva repercusión mediática de los delitos de género por el altísimo riesgo que provoca el gran efecto arrastre de emulación criminal. ¿No sería aconsejable ahora renunciar a la rentabilización política incesante de la lucha contra la violencia de género? No estamos como al principio pero hay que retornar a buscar otros camino con menos propaganda y más humildad.