La nueva China reconoce sus carencias
El Gobierno se viste de luto para recordar a las víctimas del corrimiento de tierra de Gansu al tiempo que redacta un programa para afrontar los desastres naturales
SHANGHAI. Actualizado: GuardarDía de riguroso luto oficial en China. Todas las banderas están a media asta, el Ejecutivo al completo baja la cabeza y guarda tres minutos de silencio mientras en las calles la población hace lo propio, pero haciendo sonar sirenas y bocinas. Las actividades de ocio y los espectáculos culturales, incluidos los que se celebran en la Exposición Universal de Shanghai, quedan cancelados y todas las cadenas de televisión se sincronizan para emitir el mismo telediario con rótulos en blanco y negro en directo desde el lugar de la tragedia, que ya se ha cobrado 1.248 vidas, y en el que todavía se busca a medio millar de desaparecidos.
Preceden a la información estremecedores montajes audiovisuales que, con la misma música usada en catástrofes anteriores, muestran la devastación de los corrimientos de tierra de Zhouqu, en la provincia occidental de Gansu, y el arduo trabajo de los equipos de rescate que han conseguido reubicar en tiendas de campaña a más de 15.000 afectados y rescatar del lodo y los escombros a varios centenares. Ha pasado una semana, pero el corazón de China continúa aprisionado por un puño y las carteras se abren. Los telemaratones recaudan cifras astronómicas y el país se une con fuerza extraordinaria.
En los medios de comunicación no faltan las historias de corte propagandístico sobre mujeres tibetanas que alimentan gratis a los soldados y pensionistas que donan los ingresos de un mes a los afectados, y sí se echan de menos críticas por las pobres condiciones y la planificación defectuosa del pueblo que ha sido engullido por la montaña, hechos que han magnificado la catástrofe. Pero no cabe duda de que el régimen de Pekín tiene poco que ver con el de hace sólo cinco años. Los líderes del Partido Comunista son conscientes de que la opinión pública ya no está aislada del mundo, y responden con celeridad y acierto. La desestabilización social siempre ha sido la peor amenaza de China y que no se materialice es la prioridad del Gobierno.
El vuelco de Sichuan
Así que la información fluye y no se escatiman medios. El primer ministro, Wen Jiabao, es el encargado de volar rápidamente a la zona del desastre para, una vez más, dar aliento a quienes todavía están vivos y esperan a ser rescatados bajo lo que queda de sus viviendas. Wen se calza unas zapatillas y no tiene reparo en mancharlas con el fango. Es la confirmación de que el vuelco que se vivió con el terremoto de Sichuan en 2008 no fue un espejismo. Con 420 millones de internautas, muchos de los cuales saben saltarse la Gran Muralla Cibernética, el régimen está obligado a legitimarse con una actitud que nada tiene que ver con el oscurantismo que lo caracterizaba. Y si algo sabe hacer es adaptarse a los tiempos.
La situación en Gansu evidencia enormes disparidades y deja al descubierto la falta de maquinaria adecuada para hacer frente a un cúmulo de catástrofes naturales que continuará. Los meteorólogos auguran nuevas lluvias que no sólo complicarán las labores de desescombro, sino que pueden provocar nuevos corrimientos de tierra y severas inundaciones. Por eso, el Ejército trabaja a destajo con excavadoras y dinamita para derribar los diques que se han formado con las avalanchas y cientos de miles de personas son evacuadas. No sólo en Gansu. Las provincias centrales y nororientales están en alerta por fuertes lluvias, mientras que el sur del país aún sufre una de las peores olas de calor, con termómetros que rebasan continuamente los 40 grados.