Artículos

Diligencia e intrepidez

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Para Herbert Spencer «el objeto de la educación es formar seres humanos para gobernarse a sí mismos, no para ser gobernados por los demás». Así debiera ser, pero no soplan vientos de idilio y utopía, de idealismos del darwinismo social, que nos alienten a ponernos en marcha para acceder al conocimiento esencial universal que reclama el ya avanzado siglo XXI. Nos estamos conformando con poquísimo, creyendo que la erradicación del analfabetismo en Europa, a lo largo de doscientos años, ya es suficiente. Que contar con los rudimentos de una raquítica formación que nos permita escribir una tosca misiva privada de toda trascendencia conceptual y mantener un diálogo de macaco intuitivo, nos convierte en una sociedad avanzada. Madura.

Esta falta de educación sustantiva, de sólida formación adecuada a las pautas y dictados de la ciencia y la tecnología contemporáneas, las que nos aportan la «libertad de dominio», aquella que otorga al ser humano, según el profesor De Sola, la soberanía rectora para utilizar las máquinas con esplendor metafísico, arrasa, con fuerza de tornado, cualquier proyecto de esfuerzo colectivo. Cualquier epopeya digna de la naturaleza humana. Cualquier desafío basado en la voluntad del común para diseñar su porvenir sustentado sobre el talento y el conocimiento normativos, entendidos éstos como bienes universales, primarios e inexcusables. La discapacidad para vislumbrar las concordancias y discordancias entre conceptos monumentales como Ética y Moral, o Ley, Derecho y Justicia, entre otros cimeros, niega drásticamente la posibilidad de vivir democráticamente. La Democracia se basa en el ejercicio de la libertad de voto y en sus inherentes derechos, pero, de similar modo, se cimenta en la responsabilidad de cumplir con las obligaciones que le son propias. El no atajar los problemas de raíz, actitud típica de los españoles, y el seguir creyendo que con lo que conocemos podemos prosperar, terminará por postergarnos y esta postergación obligará a la etología humana a desclasificarnos.

La única crisis que padecemos, no existe otra, la ocasiona la desculturización de la sociedad. La pérdida de valores y principios, la nula altura de miras y su altruismo ramplón, fruto de la raquítica política del Estado, de la Nación, para potenciar la robusta educación y la productiva formación habilidosa, creativa, emocionante, fascinante y feraz. Nos falta diligencia e intrepidez para confeccionar un diagnóstico certero, objetivo y autocrítico, que nos permita dar respuesta al drama de la tosca ceguera que nos impide ver y comprender, entre otras esencias, que la crisis financiera resulta ser fruto de la crisis matriz: la de la creatividad ética. La de la fantasía propia de la Especie Humana.