Paco vuelve al lugar del crimen
Actualizado: GuardarHay conciertos de un verano y conciertos de todo un siglo. Entre estos últimos suelen figurar los de Paco de Lucía: reflexión y virtuosismo, intimidad y circo, un tipo capaz de estremecernos tanto con el silencio como con el escalofrío. ¿Cuándo nos sorprendió la primera vez, en solitario o en compañía de otros, junto a su familia o junto a su sexteto, desde la rara voz de un menudo camarón rubio a las cositas buenas con rajo gitano?
Aunque haya noches en que Dios se haga hombre y se resienta de la herida de un dedo o de la cicatriz de la vida, el Hijo de la Portuguesa es una leyenda que recorre varias generaciones. Ahora, volverá al lugar del crimen. El día 16, han puesto su nombre en la plaza de toros de Jerez con el cante afín de Duquende, la escolta bailaora de El Farru, la percusión competente del Piraña, el bajo cubano de Alain Pérez, el armonicista bluesero Antonio Serrano y la guitarra imparable de su sobrino Antonio Sánchez, el prodigioso hijo de ese bedel inteligente y cáustico del hotel Cristina o del hotel Alcalá que ha sustituido al Niño Josele en su equipo.
Fue en Jerez donde Paco salió del cascarón. Y es que ya había tocado en público, en su Algeciras, la primera vez que escapó de las cuatro paredes urbanas en aquella bahía que todavía no había recibido el zarpazo de las chimeneas, fue junto con su hermano Pepe, en el Teatro Villamarta y en 1962. En un extraño concurso en el que los Chiquitos de Algeciras sorprendieron de tal forma que hubo que crearles un premio especial a su talla.
La leyenda apunta a que nunca más volvió a actuar en ese vértice estremecedor del triángulo original del flamenco. Pero no es cierto. Hay quien lo recuerda años más tarde, en el Teatro Terraza Tempul en los tiempos en que acompañaba a Fosforito, o mucho después, en La Pescadería, durante la entrega del Premio Nacional de Guitarra de la Cátedra, allá por 1970.
Aunque era, desde comienzos de este mandato, un empeño tenaz de la concejal de Cultura Loli Barroso, un productor amigo, José Luis Lara, de raíces jerezanas pero afincado en Algeciras, lo trae ahora a la plaza de toros. Allí quizá alumbre una ráfaga de lo que será su nuevo disco. Pero, sin duda, el niño que fue y el genio que sigue siendo rememorará el no demasiado lejano olor a brea de su infancia, el deje pescadero de La Paquera e incluso el Cádiz cuya memoria acaba de recobrar en las páginas de 'El Asedio', de Arturo Pérez Reverte. En rigor, su guitarra no es una guitarra. Es una brújula que siempre señala al sur.