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NAVEGACIONES Y REGRESOS

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La resurrección de Fidel Castro es la gran sorpresa de agosto, ya que las otras han dejado de sorprendernos. Estábamos hablando en la orilla, bajo los toldos de rayas, grandes como aduares, de Michelle Obama y de su familia. La primera dama estadounidense, que hace años era una de las últimas, tiene simpatía natural. Algo que ni se compra ni se vende, pero que puede alquilarse. Por donde pasa deja encantada a la gente y está pasando por muchos sitios, desde las cuevas del Sacromonte acondicionadas para turistas, donde se friega diariamente el cobre, hasta la plaza de toros de Ronda, donde se sigue pidiendo desde la balconería un Romero o un Ordóñez por cada toro. Se hacen cálculos de lo que hubiera supuesto, en dólares o en euros, que viene a ser lo mismo, está publicidad. La saqueada Marbella ha resucitado, pero ya digo que la resurrección más importante ha sido la del líder cubano. Está claro que Fidel no es una persona corriente, lo que no está claro es que sea una persona o su fantasma. Estuvo hablando durante hora y media y dijo que se encontraba recuperado. Han sido cuatro años de convalecencia, pero genio y figura hasta la sepultura. Volvió a ser el orador infatigable de sus mejores tiempos, quizá con más aire de profeta, ya que la madurez contribuye a la dignidad de tan duro oficio. Ojalá se equivoque. También se equivocó mucha gente al pensar que el que iba a caer era él, incluso su hermano. El repuesto dictador cumplirá 84 años, una edad muy apropiada para hacer conjeturas y cábalas sobre la vida de los demás, pero hay que agradecerle que nos haya liberado de seguir hablando de las difíciles negociaciones de Aena con los controladores y de las no menos duras de Zapatero con Tomás Gómez. Castro es un tipo excepcional, pero más que a él quisiéramos conocer a su médico de cabecera.