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TARDES DE VERANO

ANABOLIZANTE Actualizado: Guardar
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Lo más dulce de este verano están siendo las tardes. Tardes de tiempo dilatado, casi detenido. Tardes tranquilas en las que recuperar aquella vieja sensación de eternidad, de futuro lejano, lejanísimo, tardes de no hacer nada, y sin embargo hacer mucho, tardes de verano, en fin. Tardes con sabor a té, a melón, a helado. Spotify y un buen libro junto al balcón. Tardes de pecado, perezosísimas. Siestas porque sí, porque yo lo valgo, recibiendo vagamente la luz a través de los visillos blancos, piernas abandonadas en las alturas del sofá, languidez extrema, no hay prisa, todo está así perfecto, no hay culpa, es verano, es verano... Bendito verano, bendito tiempo de no hacer nada. Dejar la cabeza reposar indolentemente sobre Faulkner, Maalouf, o la revista semanal del periódico, dejar los oídos navegar lentamente para perderse en el preludio de la Traviata, o en las voces de Lila, Arcángel, Elis, Supertramp, qué mezcla deliciosa y loca. Qué mas da, es verano... Tardes de estío, tardes de déjalo para mañana aunque lo puedas hacer hoy. Tardes pastosas, resbaladizas, calientes, sudadas, sensitivas, de corazón tranquilo y fe en el aquí y ahora, y que salga el sol por donde tenga que salir, pero que no tenga prisa en ponerse. Que no tenga prisa en irse este verano donde reina el estado ideal de las cosas, donde la vida roza la perfección. Tardes de canícula, de piel abierta, de sentidos expuestos, de miradas profundas y desinhibidas, de gestos que son libros abiertos, de tintos de verano reveladores, de gente guapa paseando por la calle mostrando al mundo la verdad de la carne descubierta... Nada hay tan hermoso como estas tardes. Estas tardes de abandono, coronadas con la sorpresa diaria de una llave que abre la puerta, un «¿Ya estás aquí?», y una sonrisa grande y feliz. Como este verano.