Pagar para creer
La publicidad penetra en nosotros como un chorro de whisky en un trozo de bizcocho
Actualizado: GuardarEs conmovedor observar lo manipulables que somos. Un restaurante de lujo, en California, se ha prestado a llevar a cabo un experimento ante las cámaras. Hicieron lo siguiente: rellenaron diversas botellas con agua del grifo y les pusieron marcas con nombres en otros idiomas para sugerir un origen exótico. Se suponía que esas botellas contenían aguas muy especiales procedentes de manantiales del Amazonas y de sitios así. De modo que ofrecían a los clientes una carta de aguas, como habitualmente se ofrece una carta de vinos.
La experiencia está grabada y puede verse en Internet. La gente escoge la marca de agua que mejor le parece, fijándose en el nombre, el precio o lo que sea. Y acto seguido, el camarero abre la botella ante sus ojos y se la da a probar en bonitas copas. Y naturalmente, todos se sienten obligados a hacer algún comentario: que el agua es excelente, que perciben su extraordinaria pureza, su carencia de cloro y cosas así. Cualquiera de nosotros hubiéramos actuado igual, estoy seguro. Al final les revelan la verdad y todos reaccionan con una sonrisa, igual que en las bromas de cámara oculta. Como reconociendo humildemente: era muy fácil engañarnos. Y es verdad: lo es.
Hace poco leí un reportaje en el que se hacía una comparación muy significativa: mientras el metro cúbico de agua del grifo cuesta un euro, el metro cúbico de agua envasada cuesta de 2.000 en adelante. La noticia, si es que esto puede ser noticia, es que el agua del grifo es perfectamente buena y saludable. La publicidad penetra en nosotros como un chorro de whisky en un trozo de bizcocho. Inexplicablemente, en España se consumen unos 6.000 millones de litros de agua envasada al año. El gasto que supone es una locura. Algunas ciudades del mundo ya han prohibido la venta de agua embotellada al considerar inmoral que se pague tanto dinero por algo que sale del grifo. En algunos restaurantes (no españoles) te ponen una jarra de agua con hielo en cuanto te sientas en una de sus mesas. Gratis, por supuesto.
Aquí tiene que cambiar algo. Como ese rollo de las bayas de Goji. ¿Han oído hablar de ellas? Han aparecido una especie de pasas del Tíbet, primero en tiendas de dietética y luego ya en fruterías y supermercados, que prometen todo tipo de beneficios: retrasan el envejecimiento, protegen el sistema inmunológico, previenen las enfermedades cardiovasculares, la hipertensión, los dolores de espalda, los problemas de próstata. Hasta dan paz. Se están poniendo de moda. Sin embargo, ahora parece que contienen algún elemento tóxico. La Organización de Consumidores y Usuarios las ha analizado y ha pedido a las autoridades alimentarias que las retiren. En fin. Somos de risa. Nos venden lo que quieren. Nos cuelan cualquier cosa. Estamos deseando pagar para creer. Es misterioso, pero es así.