Parábola del héroe
Actualizado: GuardarAuna hora imprecisa entre la puesta y la salida del sol, Uve conduce un módico turismo por una carretera secundaria con dirección a El Puerto. De pronto, repara en que un vehículo sin luces viene picándole las espaldas desde hace rato. Al principio no está seguro de ello, así que se ciñe al margen derecho de la calzada y espera a que el otro emprenda alguna maniobra. Pero nunca sucede. Uve comprende entonces que el desconocido no tiene la menor intención de adelantarle. En la extensión cerrada de la noche, sigue con el rabillo del ojo la línea sinuosa del asfalto sin quitarle la vista de encima a su perseguidor. Atraviesa un angosto desfiladero ceñido entre montículos de arena caliza desde los que desciende una niebla ligera. Kilómetros más tarde, la niebla se disipa y Uve aprovecha un largo tramo en recta para pisar a fondo el acelerador. Apenas si consigue ganar algunos metros, pronto recuperados por el desconocido. A través del espejo retrovisor, Uve adivina ahora su figura silueteada en el interior del vehículo y le embarga una extraña sensación de catástrofe. Cree tener la certeza de que un destino trágico se cierne sobre él, y de que ese destino podría fagocitarle en cuestión de minutos. Pero entonces se le ocurre una idea. Quizá si se desvía de la calzada, modificando súbitamente su trayectoria, consiga despistarle. No hay nada que perder, resuelve Uve, así que, en una enérgica maniobra evasiva, toma el ramal más próximo y escapa a toda mecha de su perseguidor. Cuando vuelve a poner los ojos en el espejo, el cristal le devuelve un reflejo anamórfico, de cualidad elástica y un poco fluctuante, como si acabara de atravesar una cortina en el tiempo. El desvío elegido lo instala en una curva de aspecto interminable, cuyo final no llega siquiera a vislumbrarse. Antes al contrario, la carretera empieza ahora a enroscarse sobre sí misma hasta formar una perfecta circunferencia. Uve se siente víctima de una ficción macabra. Sin apartar las manos del volante, sigue el paisaje cíclico de postes telegráficos que va quedando al paso como en unos dibujos animados. Parece que en su gesto haya esperanza, pero tan sólo hay miedo. Amedrentado, pisa el pedal del freno de servicio sin que ello surta el más mínimo efecto. Tampoco el freno manual reacciona. Así que Uve sigue conduciendo con la mirada fija en el espejo, ansiando que el veloz desconocido consiga darle alcance y alivie con sus faros apagados la soledad infinita de esta noche.