LA RESECA DE LAS GUERRAS
Actualizado: GuardarCuando los combatientes firman el último parte quedan todavía muchos partes de defunción. Hay muertes de espoleta retardada que se quedaron al sur de las raíces, cuando los campos dejaron de ser campos de batalla. Estados Unidos, Rusia y China son los mayores fabricantes de estas esquelas aplazadas, conocidas como «munición de fragmentación». Unos artilugios muy ingeniosos que antes de impactar contra el suelo liberan pequeños artefactos. No siempre explotan. Lo hacen según les de, o según alguien les de con el pié.
Quienes cuentan estas cosas aseguran que desde 1965 para acá han matado o mutilado a 100.000 personas, la tercera parte niños que fueron al campo por romero y por amor, ya que no tenía edad de ir a la guerra propiamente dicha.
El Papa, durante el rezo del Ángelus en su residencia veraniega de Castelgandolfo, ha expresado su satisfacción por la entrada en vigor de la Convención de Oslo, que prohíbe el uso y almacenamiento de las llamadas bombas de racimo, que son una fábrica de mutilados de paz. Cojos, mancos y ciegos a los que alguien les dijo que habían tenido mucha suerte por salvar la vida. Ya en su época, un soldado que se llamaba Miguel de Cervantes habló de los «endemoniados instrumentos de artillería» y los situó en el infierno para castigar su diabólica invención, por la cual «un infame y cobarde brazo» puede quitarle la vida a un valeroso caballero». Fue víctima él de un arcabuzazo, pero en su tiempo se estaba en los albores del arte que más ha progresado, que es el de matar a distancia.
Desde la honda y la flecha hasta la bomba atómica y sus derivados, nada tan valeroso y repugnante como estabas bombas de racimo, que aseguran el delito y omiten el riesgo. Los racimos enterrados provienen de las uvas de la ira. Siempre han dado grandes cosechas. Aunque se hablen mal de ellas en Ginebra o en Castelgandolfo.