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LOS PAÑUELOS DEL ADIÓS

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Una previsión acertada de pérdidas bastará para despedir a alguien de su trabajo. En eso consistirá básicamente la reforma laboral impulsada por el Gobierno, que tanto UGT como Comisiones han calificado de «auténtica aberración», pero que sin duda obligará a los empresarios a no fallar en sus cálculos. Antes de acometer cualquier negocio tendrán que tener fe ciega en la derrota. Si no toman las debidas precauciones, eso de echar a la calle a la gente que hayan contratado les puede salir por un pico y no hay que correr riesgos.

Parece que lo más urgente es fortalecer la moral de fracaso y esta reforma, según algunos, otorgará certidumbre y seguridad a los empresarios. Lástima que sólo sea deseable para una de las partes de la negociación colectiva. Si el empresario deja de obtener las legítimas ganancias esperadas, las personas que haya reclutado para poner en marcha su proyecto se quedarán sin opción para seguir cobrando. Solo serán necesarios veinte días de indemnización para decirle adiós, hasta luego o hasta nunca, a quienes estén en el mismo barco. Ya se sabe que donde hay patrón no manda marinero, pero todavía se ignora que donde no hay marineros no puede mandar patrón.

Los sindicatos critican que sea un gobierno socialista el que haya propuesto lo que consideran «el mayor ataque de los últimos treinta años a los derechos laborales». Llegará un momento en el coincidan las bienvenidas y las despedidas. ¡Hola! y ¡adiós! No les va a dar tiempo para tener el gusto de conocerse a los empresarios y a los asalariados. Ambos van a salir perdiendo, pero los segundos al menos están más entrenados y dicen eso de «que sea lo que Dios quiera, que nunca será nada bueno». Lo que está cada vez más claro es que la reforma laboral no tendrá enmienda hasta que no se logre crear trabajo. Entonces empezarán otras discusiones, pero serán menos tristes que éstas. Nadie necesitará un pañuelo.