Secretos a voces
Más transparencia no equivale siempre a mejor información
Actualizado: GuardarEl sinuoso frente de guerra que recorre Medio Oriente es, sin duda, el principal referente geopolítico de la última década. Cabe pensar que la revelación de informes reservados sobre lo que allí está pasando es un acontecimiento político de la mayor importancia. ¿Lo es realmente? Sorprende, ante todo, que en los 92.000 documentos publicados no haya grandes sorpresas, que no haya aparecido en ellos nada que un ciudadano medianamente informado no pudiera imaginar sin alejarse demasiado de la realidad: que la guerra va mal, que se están haciendo muchas cosas feas y que nadie conoce a ciencia cierta la vía de salida. Hemos comprobado, en segundo lugar, que la batalla por la información está más abierta que nunca. No es un secreto que haya secretos, pero llama la atención el uso sistemático de la información y la desinformación. Por último, hemos tocado con mano la potencia extraordinaria y los límites de los nuevos canales de la información globalizada.
Quiero subrayar la ambigüedad de estos canales, que son un recurso formidable y, a la vez, una fuente de riesgo. Un recurso porque son incontrolables, como prueba el hecho de que la mayor organización militar del mundo haya sido vulnerable a la acción de un pequeño grupo de activistas (o corsarios) de la libertad de información; y un riesgo precisamente por esa misma razón, esto es, porque son medios que escapan casi completamente al control de los ciudadanos. Su fuerza está en la independencia y en la flexibilidad: nadie puede ponerles las manos encima. Y su peligro en que alimentan la ilusión de la inmediatez, de la trasparencia absoluta, sin mediaciones. Una ilusión irreal, por la sencilla razón de que ni usted ni yo tenemos el tiempo y los recursos necesarios para bucear en un mar de 92.000 documentos, por más que estén al alcance de nuestro ordenador. Necesitamos que alguien los lea por nosotros y nos los cuente. Por eso, no está de más recordar que incluso en la sociedad de la información tiene que haber medios capaces de mediar entre los hechos y las opiniones.
Estamos ante un problema básico de fiabilidad, que solo se resuelve si las redes por las que circula la información consiguen generar confianza. Para confiar, no basta el acceso a los contenidos; el ciudadano necesita también saber quién es el mensajero y cuándo, cómo y por qué informa de lo que informa. En el mar de datos y revelaciones tiene que haber intérpretes que pongan el acento sobre lo que importa, facilitando un sistema de pesos y medidas. Pongamos que usted no tiene previsto pasarse el verano entero en compañía de Wikileaks. ¿Se fía usted de lo que le van a decir que pone en esos documentos? ¿Y de lo que no pone?