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La cumbre rescata a un presidente aislado por su fraude electoral y por permitir la corrupción

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La conferencia sobre Afganistán ha supuesto sin duda un gran triunfo para el presidente Hamid Karzai. El mandatario pastún logró apuntalar su legitimidad con el respaldo de sus socios internacionales que tantas veces han cuestionado su forma de dirigir el país centroasiático.

Pero la victoria moral de Karzai se vio matizada por algunos apuntes de recelo hacia su Administración. En ese sentido, los asistentes a la cumbre le exigieron que siente las bases para una fuerza especial contra los delitos, un tribunal anticorrupción, una ley de auditoría e incluso salarios unificados para empleados que trabajen en programas financiados con ayuda extranjera, todo ello con plazos cortos y concretos. Tampoco pasaron por alto el fraude electoral de 2009 y exigieron que los comicios parlamentarios de otoño sean transparentes.

No obstante, la práctica mayoría de los presentes en la cita -incluidos algunos como Hillary Clinton o su colega francés, Bernard Kouchner, autores de agrias críticas a Karzai en el pasado- celebraron el «progreso» logrado, con nulas referencias a la guerra, que está en uno de sus puntos más álgidos. Todos destacaron la importancia del cónclave, un empeño del mandatario afgano, aislado tras su amañada reelección.

La importante jornada tampoco pudo evitar que la violencia diera su zarpazo habitual. Ocho policías fallecieron y uno resultó herido en un ataque insurgente contra la sede del distrito de Dana Ghori, en la provincia norteña de Baghlan.