Las hermanitas, sin dinero para obras en la residencia
Necesitan camas y duchas nuevas según la normativa de la Junta, pero su vocación no les permite pedir ayudas públicas, sólo donativos
Actualizado: GuardarA Milagros le duele la cabeza. Sentada en su silla de ruedas mira hacia el infinito a través de la ventana entreabierta de la habitación. El indemne sol de julio se cuela por entre las rendijas de las persianas y el haz de luz se posa al filo la Virgen de la Servilleta, de Murillo, le hace compañía desde el testero izquierdo. Pronto será la hora del almuerzo y la bajarán al comedor. Pero a ella le sigue doliendo la cabeza. «¿Y qué hacemos? ¿Te cortamos un pedacito?» La mano de sor Genoveva, grande y recia por toda una vida trabajada, acaricia suavemente el rostro de la anciana en una sincera propuesta por compartir su mal.
«¡Ah! ... Que quieres tu abanico... Ahora mismo bajamos a comer, y ya verás como se te pasa el dolor. Y si no, llamaremos a la enfermera». Sor Genoveva habla tan bajito, que apenas se aprecia su acento francés. Cuarenta años de dedicación a la caridad curvan levemente su espalda, pero no han borrado su sonrisa. «Somos diecinueve hermanas, más el personal asalariado: la asistenta social, la secretaría, el ATS, los auxiliares, el personal de cocina...». En el edificio de ladrillo de Las Banderas conviven con ochenta ancianos. Hay lista de espera. «Ellos entregan el 85% de su pensión. El resto es para sus pequeños gastos. Y para obtener más dinero, solicitamos donativos, obtenemos ayuda de los bienhechores». Las hermanitas funcionan como una entidad privada y la filosofía de la orden no admite la petición de ayudas o subvenciones de las administraciones públicas. «Según nuestro carisma de vocación no podemos contar con recursos fijos. Nuestra fundadora, Juana de Jugan, instauró el deseo de que viviéramos de la providencia».
Llamada a la caridad
A pesar de las necesidades acuciantes de la residencia, sor María Gloria, la madre superiora, mantiene en El Puerto las mismas normas que hace 170 años nacieron con la fundación en Francia de la orden religiosa. «Estamos a expensas de la caridad pública. De los donativos, de las limosnas... Hay personas que nos dejan parte de su patrimonio en el testamento». Pero esta vía de financiación no es suficiente y hoy por hoy la orden requiere de varias inversiones. Una de ellas, fundamental: las camas. «Hay que cambiar varias porque los elevadores eléctricos se han estropeado. Los ancianos que se encuentran más enfermos no pueden incorporarse solos y nosotras hacemos todo lo que podemos, pero a veces nos fallan las fuerzas».
La residencia también adolece de otro equipamiento esencial: las duchas. «Son colectivas. En cada habitación hay un pequeño aseo, pero ahora la Junta nos pide que cada anciano tenga su ducha. Hemos instalado quince, pero se nos ha agotado el dinero. Y quedan setenta». El pasado viernes les informaron de que tienen que hacer otro cambio. «Vino la inspección y nos dijo que tenemos que sustituir los pomos de las puertas, que son redondos, por unos de palanca, más fáciles de usar por los enfermos».
En los pasillos de la residencia se respira limpieza y quietud. La parroquia, el patio, el comedor y las salas de estar son los escenarios donde transcurren los últimos días con dignidad. «Sólo podemos confiar en nuestros bienhechores».