Opinion

La solidaridad política en tiempos de crisis

PROFESOR DE LA UNIVERSIDAD DE CÁDIZ Actualizado: Guardar
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La palabra solidaridad nos produce de inmediato un sentimiento de ayuda en la necesidad, normalmente, con referencia a lo económico. Pero el término es polisémico, es decir, que tiene múltiples significados, dependiendo del entorno en que se utilice. Por tanto, la palabra solidaridad es más compleja y está presente en los campos jurídicos, económicos, sociales, en incluso en el constitucional, y así la encontramos en los artículos 2 y 138 de nuestra Carta Magna, con relación a la construcción regional de nuestra Nación.

Ambos artículos reflejan, tal y como recoge la Sentencia del Tribunal Supremo de 17 de octubre del año 2000, la necesidad de un equilibrio económico adecuado y justo entre las diversas partes del territorio español, o Comunidades Autónomas, prohibiendo en ellas privilegios económicos y sociales, por lo que se impone a los poderes públicos la abstención de decisiones o realizar actos que perjudiquen o perturben el interés general y que tengan en cuenta, por el contrario, la comunidad de intereses que les vincula entre sí, que no puede ser disgregada o menoscabada a consecuencia de una gestión insolidaria de dichos intereses.

En el campo jurídico, la solidaridad (relación solidaria), aparece, por ejemplo, en el conjunto de los deudores solidarios y así cualquiera de ellos sabe que puede ser objeto de la acción del acreedor, además de ser un vínculo que les une y que, por tanto cumpliendo uno de ellos se consigue la liberación de todos.

En el terreno político, la solidaridad debe indentificarse, en los momentos actuales, con la obligación de todas las fuerzas fácticas (decisorias, influyentes) del país, gobierno, partidos políticos, sindicatos y patronal, de sumar esfuerzos para combatir la crisis desde la cooperación de todos y no desde la crítica y el desprecio de unos a otros, pues ello, nos conducirá a una situación de irresponsabilidad de todos y solución de ninguno a la grave situación del país. No es de recibo que ante medidas tan necesarias, como la Reforma Laboral, no «arrimaran todos el hombro» y se consiguiera un documento con todas las medidas necesarias para la lucha contra el desempleo y la falta de actividad de nuestra economía. Mucho nos tememos que el Decreto no sea ni mucho menos la reforma laboral profunda que están exigiendo los mercados internacionales y, sobre todo que facilite la competitividad de nuestras empresas.

La solidaridad política exige la plena corresponsabilidad de todos y en un solo sentido y es aquí donde la democracia recobra toda su potencia. Los políticos deben pensar más en el país que en su éxito personal y sus intereses particulares y hasta ahora lo que han demostrado, los que tienen en sus manos la gobernabilidad del país, gracias a los votos de los ciudadanos, es no saber tomar las decisiones congruentes y eficaces en el buen camino para luchar contra la crisis, que no es sólo económica, sino que implica además otras esferas, la social, la educativa, la sanitaria, etc. Solidaridad es la cohesión plena de todos frente a la dispersión por intereses particulares o egoísmos electoralistas. La solidaridad universal es connatural a todos los hombres y es la que está llamada a impulsar los verdaderos vientos de cambio que favorezcan el desarrollo de las personas y de nuestra nación.

Quiero recordar aquí un texto bíblico con relación a la solidaridad, el Buen Samaritano, del evangelista Lucas: «bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que después de despojarle y golpearle, se fueron dejándolo medio muerto. Casualmente, bajaba por aquél camino un sacerdote y, al verle, dió un rodeo y pasó de largo. Igualmente un levita, que pasaba por allí, al verlo, dió un rodeo y pasó de largo. Pero llegó un samaritano, que iba de viaje, y, al verlo, se compadeció de él; se acercó, le vendó las heridas, echándole en ellas aceite y vino; lo montó en su cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente sacó dos denarios y se los dió al posadero, diciendo: cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta».

Así los judíos (el sacerdote y el levita) distinguen entre prójimos y extraños, es decir, personas que para él no son prójimos. Jesús lo va a aclarar con este texto. Prójimo es cualquier persona que está al lado de quien necesita ayuda. Prójimo es aquel que se «aproxima» al necesitado. Lo va a descubrir un samaritano, que era considerado como excluido de la sociedad, impuro, según la ley, además de inferior. El sacerdote y el levita, con su actitud, no hacen sino cumplir la letra de la ley, no podían tocar un cadáver. Por eso, la parábola que nos indica quién es el prójimo, es dura, y tuvo que herir los oídos de los judíos, pero sirve para aclarar que no existen leyes o normas morales o sociales que permitan una desatención al necesitado.

Necesitamos muchos políticos samaritanos que entiendan que el prójimo somos todos los ciudadanos de nuestro país y que necesitamos de su «acercamiento» a los problemas reales actuales, con independencia de las siglas del partido al que pertenezcan, las ideologías que defiendan y los intereses que les preocupen en este momento y ayuden a las necesidades acuciantes que nos rodean, actuando con verdadero amor al prójimo y con sentido de su responsabilidad política.