Opinion

Mi pulpo y yo

No todos los cefalópodos poseen facultades adivinatorias

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El Mundial de Fútbol tuvo su componente sobrenatural, representado por el pulpo Paul, ese cefalópodo clarividente que viene a ser una versión marina de los adivinadores televisivos. Aquí, como estamos acostumbrados a comérnoslos a la gallega, no hemos aprovechado el potencial esotérico que atesoran los pulpos en su cabeza de traza alienígena, y nos limitamos a cocerlos y a espolvorearlos con pimentón. Para ser pionero en algo, me he comprado un pulpo vivo. Se llama Peter.

Gracias a Peter, la semana pasada acerté el pleno de la lotería primitiva, y ya sé los números que saldrán premiados en el próximo sorteo de Navidad y en el del Niño. No es por darles envidia, pero, aparte de eso, conozco los resultados de los partidos de la próxima liga, por no hablar de los números de los cupones de la ONCE que van a ser elegidos por el azar de aquí a 2011. Al lado de mi pulpo Peter, en fin, Nostradamus no era más que un liante, por no hablar de Rappel o de Octavio Acebes.

Ahora bien, que quede clara una cosa: no todos los pulpos poseen facultades adivinatorias. Yo es que he tenido suerte y he dado con uno de los buenos a la primera, pero lo normal es que la gente se vea obligada a probar con varios pulpos antes de encontrar el adecuado. Si te sale malo un pulpo como vidente, tienes el consuelo de poder comértelo, porque todos los pulpos tienen el mismo sabor, ya sean del tipo corriente o del tipo nigromante.

Como voy a tener dinero para vivir a cuerpo de sultán de Brunei de juerga consumista en Dubai, pienso dedicarme a indagaciones ociosas, siempre en colaboración con Peter. Ya sé, por ejemplo, quién será el próximo presidente del Gobierno, qué porcentaje de trabajadores secundará la próxima huelga general, qué penas van a caerles a los de la banda Gürtel, cómo andará el PIB durante el próximo semestre, a cómo estará el Ibex-35 de aquí a dos años, y así. Gracias al pulpo, me he convertido en el hombre que sabe demasiado, y no sé si eso es bueno, porque la ignorancia del porvenir resulta más emocionante que la certeza sobre lo por venir.

He recibido varias llamadas de ministros para hacerme una oferta de compra sobre mi pulpo prodigioso. Les he dicho que el dinero me sobra y que, en cualquier caso, lo normal sería que el presidente del Gobierno crease para Peter un ministerio específico: el Ministerio de Futuribles y Fatalidades, o algo similar.

En este momento, Peter expande sus tentáculos fantasmagóricos sobre dos cajas de metacrilato. Tiene que elegir si nos vamos a la playa o si nos metemos en el 'jacuzzi' de agua salobre, porque los dos vivimos a lo grande. Ya les contaré su decisión.