Opinion

¿Es tan malo ser diferente?

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Estas líneas son fruto de unos instantes de furia en la vida de una adolescente de 17 años. ¿Por qué hay tanto fuego recorriendo mis venas, os preguntaréis? Bien, mis padres me acaban de decir que me prohíben ir a un concierto único. ¿Por qué? Porque para ellos sigo siendo la niña extravagante que viste de negro y escucha música insufriblemente horrible. Yo soy esa terrible niña que -palabrita del niño Jesús, de verdad- ni fuma, ni bebe, ni se droga, soy esa niña que no saca malas notas y una personita en la que puedes confiar. Aficionada a la lectura y a la escritura, paciente, amiga de sus amigos. Pero soy diferente a las demás chicas de mi pueblo. Mi indumentaria, mi música; mis padres se quejan a veces incluso de los libros comerciales sobre Edward Cullen y los hermanos Salvatore que leo. Ellos no son felices conmigo mientras sea así. Y ahora viene una pregunta estúpida: ¿Me darían más libertad si descubrieran que soy normal, que bebo los sábados noche, si empezara a llegar más tarde y les desobedeciera? ¿Y si en lugar de leer y escribir, de querer estudiar psicología, decidiera que molo más sacando malas notas y fumando o drogándome? Qué completa estupidez, qué pérdida de tiempo. La furia ya ha pasado. Y, ¿sabe qué? Han vuelto a decirme que ni lo sueñe, que me quedo en casa aunque mis amigos vayan. ¿Ni siquiera puedo ver al grupo que toca a las 19.30? Ellos se hacen los sordos. Me encierro en mi habitación casi llorando. Sé que no he hecho nada mal, pero mientras siga valiendo más el aspecto exterior y los prejuicios que el alma del interior las cosas van a continuar exactamente igual: de mal en peor.