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¿CÓMO SE CELEBRABA ÉSTO?

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Toda la vida lo esperas y, claro, llega el día y no tienes hábito. No es que los futboleros pensáramos una vez por semana «¿les veré ganar?» pero sí que te lo planteas cuando llega la gran cita. Y algunos ya tenemos diez mundiales encima. Veías al brasileiro, al germánico de turno dar su beso, su grito y levantar los brazos. Pensabas «a nosotros nunca nos va a pasar». Y va, y pasa. Y con justicia, fluye, con la mejor generación, con el mejor juego (el récord de menos goles marcados como campeón quizás sea la única grieta para los críticos). Y te has tomado unas pocas para aguantar la tensión, la taquicardia te ha dejado como si, en vez de mirar la tele, hubieras corrido una maratón. Porque te veías en los penaltis. Y Casillas levanta ese gigantesco cucurucho dorado. Vuelan los papelillos que la FIFA descubrió en una final del Falla. Garganta rota, lagrimitas saltadas, piernas temblonas. ¿Y ahora, qué se hace? Los que tienen menos de 25 pueden aferrarse a la juerga estándar, con sus pelotazos añadidos, su baile, con colores y banderas. Baño de remate. Pero claro, los que llevamos más tiempo de espera, obviedad matemática, somos más talluditos. No nos vamos a meter en una fuente a estas alturas. Bocinas arriba y abajo, mira aquella bandera, mira aquel descapotable. Mucha gente por tos laos. Sonreimos. Y a mirar, a escuchar. Un poco repetitivo. ¿Una vez en las Puertas de Tierra qué se hace? De vez en cuando te hablas en silencio: «¡Somos campeones del mundo, yo creía que no iba a verlo, campeones del mundo!». Y te gustaría hacer algo ¿pero qué? Es domingo noche, melancólico e invisible freno de mano. ¿Cómo se celebra un Mundial? Cuando termines de creerlo igual ha empezado la Liga y ya no pegará hacer nada. Qué difícil es, también, la felicidad futbolera. Menos mal que es fugaz como la otra. Igual cuando ganemos el segundo ya tenemos práctica. El próximo sí que lo vamos a disfrutar.