Crónica negra, inusual y femenina
Además de la violencia de género, los episodios más recientes de la siniestra historia local también ponen nombre de mujer a la víctima Betsabé último precedente; el crimen de La Viña, calco del de Guillén Moreno
CÁDIZ. Actualizado: GuardarEs un lugar tranquilo, con bajos índices de criminalidad. Algún delito menor. Asesinatos y homicidios son, afortunadamente, infrecuentes. Ni uno al año. Ni de lejos. La confirmación está en el Anuario del Ministerio del Interior. En su última edición cerrada, del año 2006, constan 1.129 asesinatos u homicidios en España. En la provincia, fueron 54 en ese año. Ni uno solo en la capital. Es la tendencia, lo habitual. Sin embargo, la infrecuencia tiene un reverso. Cada muerte violenta se convierte en un episodio impactante, comentado y recordado durante meses. En un lugar más habituado a la muerte impuesta, el eco sería menor.
Todos los crímenes registrados en la ciudad han dejado huella firme en la memoria colectiva. Cada uno tiene un sobrenombre: el de La Viña; el de la Punta; el de la maleta; el descuartizador. Generaciones enteras se han acostumbrado a pasar por determinado portal o lugar y decir «aquí fue».
Además, la crónica negra local tiene otro nexo: El nombre de mujer. Los casos de violencia machista tienen a la fémina como víctima en el 99% de los casos, por desgracia, no resulta novedoso. Sin embargo, en Cádiz, los crímenes ajenos a la pareja, los que suelen contar con el móvil del robo, también se ensañan con las mujeres.
El último precedente, antes de Mercedes Tello, es pasional. El cuerpo de Betsabé Allain Robles apareció el 12 de abril de 2007 aprisionado en una maleta, semienterrada, a la orilla de la autopista, en término de Puerto Real. Su cadáver desveló una historia de celos atormentados. Su marido, Juanmi Vilar, había denunciado su desaparición seis meses antes. La familia de ella desconfiaba del esposo y su versión (que ella se había ido con otro a Sevilla).
El 8 de octubre de 2006 se considera la fecha posible de la muerte. Quizás a golpes, en el piso de La Laguna que compartían. El sospechoso se llevó la verdad. Tres días después de que apareciera ella, se ahorcó con la correa en un calabozo de El Puerto. Aguardaba encontrarse con el juez.
Para encontrar el crimen anterior hay que retroceder al 12 de noviembre de 2004. Francisco Gamboa, un universitario portuense de 24 años, tuvo la mala suerte de tropezar accidentalmente con tres jóvenes. En respuesta a tal nimiedad, le insultaron, le acosaron, le persiguieron y se ensañaron con él de forma «inhumana», según recogió la sentencia. Fue en la Punta de San Felipe y aquello ya tuvo nombre. El relato del linchamiento incluye tal brutalidad que es una falta de respeto a la víctima. Las dos chicas que le acompañaban y un amigo resultaron heridos. Dos adultos intentaron mediar. Cristal y Marfil fueron testigos protegidos. Juan Carlos Martín fue condenado el 25 de enero de 2007 a 14 años de cárcel. Se le consideró el autor de la última puñalada mortal. Francisco José López y Sergio Duarte fueron condenados a cinco años como cómplices. Aún se colocan flores en la esquina de San Carlos en la que expiró.
El 2 de octubre de 1998, la calle Paco Alba de La Viña vivió un episodio que, salvo las edades de los protagonistas, parece calcado al de Guillén Moreno. Un vecino (José María Díaz Cosa) que coqueteaba con las drogas necesitaba dinero. Recordó que su vecina Dominga Ramírez, de 79 años, vivía sola en la misma planta y decidió entrar a buscar joyas o billetes. También fin de semana, al borde de la madrugada. También sola. Ella le sorprendió rebuscando y la apuñaló. Tras la repetición del juicio, el autor fue condenado a ocho años y nueve meses de cárcel.
Son los últimos precedentes en doce años. Más atrás, descuartizadores, dedos cortados y huesos misteriosos. Cada crimen, un trienio y, sobre todo, una historia de dolor para una familia. O varias. Los allegados siempre vivirán ya en ese relato.