Instrucciones de uso G-20
Con los avances del multilateralismo se abren grandes incógnitas sobre los desequilibrios de la globalización
Actualizado: GuardarEl mayor desafío de la política contemporánea, a medio plazo, es sin duda la creación de instituciones capaces de gobernar la globalización. Sin instituciones de alcance global sabemos que será imposible atender a los desequilibrios sociales y ecológicos de un mundo como el nuestro. Los partidarios de la nueva gobernanza contraponen las dificultades del sistema de Naciones Unidas a las virtudes de ciertas estructuras flexibles de cooperación intergubernamental, similares al G-20. Dicen que ése es el futuro. Su justificación tiene tres pilares fundamentales: 1) la legitimidad de origen de los participantes, que no tiene por qué ser democráticos, como en el caso de China; 2) el compromiso de los actores con un conjunto de objetivos compartidos, relativamente borrosos; y 3) el carácter inclusivo y consensual del proceso de toma de decisiones, basado en el diálogo y la confianza mutua.
El problema es que la suma de estos tres factores no basta para legitimar la enorme influencia que se ejerce desde estos foros. Son instituciones que actúan al margen de las reglas constitucionales, tanto por lo que se refiere a la representación -¿quiénes están presentes?-, como al funcionamiento -¿cómo se toman las decisiones y quién las respalda?-. Su legitimación depende fundamentalmente de lo que sucede antes del evento, en negociaciones donde es lícito el recurso a los más antiguos métodos de la diplomacia; durante el evento, en función del impacto mediático que tenga la foto de unos señores muy serios que ven el fútbol o saludan a la cámara; y después, si hay ganancias en el equilibrio de poderes resultante, en el plano interno o externo.
Aunque se diga lo contrario, instituciones como éstas no están diseñadas para atender al interés general de la humanidad, sino más bien para alimentar un recurso tan volátil como el consenso. El G-20 es marketing político, espectáculo que envuelve un juego que se juega entre bastidores, con total opacidad, sin control democrático. Y lo grave no es tanto esa falta de control, como la creciente dificultad para controlar, mientras la opinión pública queda reducida a mero agente pasivo, sin recursos para poner en duda el mensaje de orden que proyectan los que salen en la foto y que tanto contrasta con el desorden de los que protestan afuera, completando el fondo del decorado. Al público se le niega sistemáticamente la posibilidad de comprender las razones que están detrás de las decisiones y los desacuerdos, la información que explica las decisiones y, sobre todo, la falta de decisiones, en materias que son a todas luces inaplazables. Lo verdaderamente malo de instituciones como el G-20 es que nadie es responsable ante nadie.